Capítulo 42: Una Mente Inequívoca.

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Valerie.
20 (¿o 21?) de septiembre del 2008.

    Por un instante, cuando abrí los ojos y vislumbré todo ese blanco irradiar en mis ojos, pensé que me encontraba muerta. Tendida en algún suelo de un Paraíso perdido y jamás encontrado.
    Mi mente estaba igual de blanca que el salón en el que me encontraba. Tanta presencia de la ausencia de color provocó un ardor en mis ojos que quería menguar frotándome los ojos con fuerza. No obstante, me veía imposibilitada de hacerlo, debido a que me encontraba atada a la superficie en la que estaba acostada.
    Levanté ligeramente la mirada hacia mi cuerpo. Resulta que yo también formaba parte del gran brillo del blanco, sumergida y fusionada a tal grado que ya no sé qué es blanco. Pero, había algunas cosas que no formaban parte del blanco la habitación, como los gruesos cinturones que me mantenían quieta y a mi cuerpo inmovilizado. Estos eran de color marrón claro. Ese color me encantaba demasiado, era de esos colores que uno no sabe que son capaces de alegrar tu espacio. Cualquier cosa de ese color más una plantita pequeña te ofrece la mejor tranquilidad que jamás hayas obtenido.
    No me cansaba de mirar el techo del cuarto en el que estaba: era tan limpio, cerca y lejos al mismo tiempo. Tan solo si pudiera tocarlo. El pensar tenerlo tan lejos de mi alcance hizo que mi estado de ánimo disminuya un poco, y ver que estaba imposibilitada incluso de levantar la mano hizo que este sentimiento fuera peor, debido al grueso cinturón que envolvía varias partes de mi cuerpo.
    De pronto, el fuerte chirriar de una antigua puerta abriéndose interrumpió mi mal estado de ánimo. Levanté con brusquedad la mirada, y solo pude divisar a una enfermera negra y de mediana estatura. Sus ojos saltaban de su rostro y sus labios eran carnosos e igual de grandes que sus ojos. Su cabello, erizado y muy rizado. Era una versión de Ally mucho más joven.
    «¿Quién es Ally? —La duda comenzó a incrementarse.
    »Es la que era disque tu amiga. La que intentó ahogarte.
    »La que intentó ahogarme...».

    La joven enfermera y yo nos asombramos de nuestra mutua presencia. Ella dio un pequeño brinco y yo tuve un susto bastante esporádico y extraño. No era Ally. Ni siquiera tenía la misma aura o las mismas vibras. Todo lo contrario; aquella semblanza que transmitía la enferma era de inocencia y humildad. Una persona suave pero rigurosa. Pero, aun así, el susto estaba presente y el miedo estaba activo en mí.

—Oh —suspiró de la pequeña sorpresa—. Señorita, no sabía que ya había despertado. ¿Hace cuánto tiempo, aproximadamente? —No le ofrecí respuesta alguna, a pesar de haberme dado una de las sonrisas más puras y bellas.

—¿Podría irse, por favor? —Estaba trastornada. Asustada. No podía controlar ni una nimia porción de mis sentimientos; estos estaban esparcidos por todo mi corazón, mezclándose y arruinándose entre ellos. La reacción de la enfermera era somnolienta y amable, y lo único que hizo fue darme otra sonrisa más calmada y relajada.

—Claro, no te preocupes.

Dicho esto, ella cerró la puerta.
    Fue en ese instante en el que reconocí que estaba bajo el techo de un hospital.
    «Un poco tarde».

    Sin embargo, me costaba recordar con claridad el por qué estaba allí, postrada ante una cama y sin la posibilidad de siquiera levantarme. Intentaba sucumbir a los recuerdos, pero estos estaban bloqueados y cerrados bajo el candado de una llave que no disponía. Me sentía como una extraña en mi propia mente. Incapaz de acceder siquiera a mis propios recónditos. ¿Tan mal he llegado, que ya no puedo si quiera recordar sin que esta acción tenga un difícil procedimiento por detrás?
    Pasaron unos cuántos minutos. Mi mente jugaba solitaria en un baúl oscuro que no podía abrir. Había perdido control de todo lo que estaba a mi rededor, incluyendo a mi cabeza y mi cordura. Era una extraña sensación que no podía evitar sentir incomodidad al tenerla. Era sinónimo de inestabilidad. Yo era una persona inestable, que ahora se pierde facilidad en el blanco y en mis propios pensamientos, inocuos y llenos de intriga. Necesitaba encontrar el camino de regreso a mi mente y a la razón. Pero, ¿cómo? La intriga estaba ardiente por siempre, carente de color pero llena de furor. Intercambiar incluso un pequeño pedazo de cielo por un poco de respuestas. Eso era lo único que yo pedía pero que nadie podía ofrecérmelo más que yo.
    Más tarde, me di cuenta que había una ventana justo en frente mío, que visualizaba el otro lado de la habitación, donde aguardaba un pasillo, en la cual pude divisar con dificultad a la misma enfermera al otro lado del cristal, que intercambiaba palabras con dos hombres, de mayor estatura y portes fornidos. Uno tenía el cabello café claro, casi a un tono de rubio hermoso y dorado. Con los ojos pequeños y del mismo color de su cabellera. El otro hombre que lo acompañaba era un poco más alto y de tez un poco más oscura, no era totalmente blanca como la se du colega. El hombre tenía un rostro totalmente rasurado, en el cuál ningún vello facial era visto. Tenía unos ojos mucho más grandes que los de su compañero y disponía de una dentadura casi perfecta.
    «¿Qué hace la enfermera hablando con esos dos hombres? —pensé para mí misma, sin darme cuenta de la existencia de un tercer hombre. Este era pequeño, comparado con los otros dos hombres, pero era más alto que la enfermera. Era un poco más avanzado de edad a comparación de los otros dos, que lucían d estar en sus treintas. Sin embargo, el tercer hombre tenía una mejor figura que los otros dos. A través de su bata blanca se podía ver sus hombros anchos y abdomen plano. La libido oculta de mi interior me pedía a gritos conseguir su número.
    Las cuatro personas asintieron al unísono, y los cuatro se dirigieron a mi habitación. Por alguna razón, los nervios invadieron mi pecho, advirtiéndome de una corazonada no muy buena —pésima, a decir verdad— de la cual ya me encontraba asustada de tenerla. El fuerte chirrido de la puerta volvió a perturbar mis oídos.

Psicodelia: Dueños Del Delirio. #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora