Valerie. Febrero, 2006.
Al fin tuve la posibilidad de mudarme a un alquiler más cómodo que un cuarto de 4 metros por 4 metros. Había conseguido uno de 10 metros.
El constante pensar del fracaso respirando en lo profundo de mi cabeza, me obligaba a detenerme un instante; reflexionar sobre el transcurso de las cosas. La mejor compañía era con una botella de vodka. Amaba esos momentos de reflexión continua. Dejaba mi mente explorar los abismos de la vida y mecerse sobre las profundidades sin ningún miedo del dolor.
Ganaba alrededor de 600 libras al mes. Cantar en distintos bares siempre ha sido un trabajo costoso y exhaustivo. Sentir el pesado aliento de hombres hambrientos y llenos de ignorancia. 150 se iba al pago mensual del alquiler y los otros 50 en luz y agua. Mientras que el resto que lo gastaba en el metro, comida, y el alcohol que mi mente y corazón necesitan. Bebía de todo: vodka, cerveza, vino, a veces tequila. Cuando tenía ganas de sentirme refinada, preparaba cocteles de sabor delicado para el paladar "normal"; aquel que no estaba acostumbrado a los sabores ostentosos que una boca normal no podría consumir.
Llevaba bebiendo desde mis 14 años de maneras incontrolables en cantidades exorbitantes que era difícil de imaginar para una adolescente. Recuerdo como mi hermana ocultaba las botellas de alcohol de mi vista. Agarraba los pedazos de vidrio con líquido letal y los ocultaba en el sótano o simplemente tiraba las botellas. Sin embargo, había aprendido a usar la tarjeta de crédito de mamá mientras ella estaba trabajando como cocinera en un restaurante de comida rápida, pero de reputación muy bien hablada, y compraba el alcohol que más me llamase la atención: ya sea por su color, diseño de botella o nombre de la marca. Siempre le decía a la cajera que era para mi mamá, que ella estaba muy ocupada y que necesitaba las bebidas para cocinar sus platos debido a que era chef. Ella siempre me observaba con desdén y para que me creyera del todo le mostraba la tarjeta de crédito como "evidencia" de que ella me mandaba. «Nadie robaría con la tarjeta de crédito de alguien más, sabiendo que ahí aparecía los registros de compra— era lo que solía decirle a la cajera para que me dejara en paz». Todo eso lo hacía mientras Libby ya estaba dormida o cuando se iba a estudiar, o cuando se metía a la ducha o cuando iba hacía sus necesidades. Aprovechaba cualquier momento de distracción para salirme con la mía y siempre lo he logrado, Libby era bastante fácil de persuadir y engañar.
Siempre ha sido así hasta que se convirtió en rutina hasta que llegué a la legalidad como persona. A mis 18, comencé a salir con mayor frecuencia. Salía con mis amigos, pretendientes, desconocidos. No obstante, sin importar la situación, siempre terminaba embriagada y lastimada. Afortunadamente, ninguna de las personas adultas de mi casa se daba cuenta, debido a que mamá despertaba bastante temprano y no quería molestarnos mientras dormíamos, y el padre de Libby despertaba tan tarde que cuando abría los ojos, el sol del mediodía ya abundaba con plenitud sobre nuestras cabezas. Libby era la cosa que había que engañar; aunque era fácil despistar su cabeza, también era fácil que ella retomara conciencia sobre la situación que atravesaba su hermana menor. Ella siempre lograba entender la situación per jamás la frecuencia de los actos. Llegaba a ser aterrador para ella ver cómo decaía cada vez más.
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Psicodelia: Dueños Del Delirio. #PGP2024
Romance«Avan no podrá ver los demonios que creó en la cabeza de Valerie». Ella es una alcohólica. Él es un adicto. Valerie y Avan. Dos almas tormentosas, llenas de fastidios y rencores creados por ellos mismos y sus adicciones. Pero, gracias a s...