Estás bien, estaremos bien [OS Volkacio]

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Volver al hospital era una rutina que no se detenía, saludar a los mismos médicos de distintos turnos, mirar a heridos alrededor suyo y esperando que fuera atendido. Era el pan de cada día en esta ciudad.

Pero hoy no pintaba ser uno cualquiera.

Miró su arma, luego las puertas del hospital abrirse y cerrar cada vez que alguien pasaba por ellas, decidido a dar un paso más e ir a verlo. Antes... temió mucho de sí mismo, ni siquiera se reconocía.

"¿Qué está pasando conmigo?"

La rabia lo cegó, lo habían tocado y todavía quienes tenían la cobardía de atentar contra a alguien que quería, contra a Volkov. Hace tiempo que dejó de perseguir la idea de desafiarlos y huir, sin embargo, hoy lo retomaba. Ya no iba a dejarse manipular por los altos cargos, iba a salir de sus cadenas y ser libre.

Y Volkov vendrá con él, tampoco deseaba que volvieran a torturarlo. Reconocía perfectamente el método que usaron.

Se retiró la máscara junto a los guantes, su ropa habitual del FBI lo acompañaba en vez de la incómoda indumentaria de la tarde. La noche cayó y el silencio gobernaba cada esquina de este hospital. Saludó a algunos médicos alrededor antes de partir hacia la habitación donde estaba él descansando.

Un recuerdo cruzó su mente cuando se detuvo frente a su puerta, abrumándolo.

"—No puedo entrar, no puedo".

Tocó la puerta con su mano, abriéndola y dejando entrever la tenue luz de la habitación, al igual que el sonido de la máquina alado de la camilla. El frío lo rodeó, cerrando detrás suya y dar unos pasos al frente, suspirando. Miró el rostro del ruso dormir profundamente a causa de los medicamentos y el efecto del alcohol que bebió, apretando sus manos en puños.

"Lo iba a perder otra vez".

Se acercó, juntó la silla a lado del espacio de la camilla y cerca del mayor, tragando saliva y detallando cada seña de su rostro en paz, al igual que notó la intravenosa en su mano y el suero gotear cada segundo, de manera lenta. Los latidos de su corazón eran estables, su respiración era lenta y compasada. Estaba bien, lo estaría.

Horacio sintió un nudo en la garganta, intentando que desapareciera antes de llorar, jugueteó con su máscara antes de dejarla en el borde y poner sus manos sobre la de Volkov con cuidado. Recordó sus palabras, lo agradecido que estaba que estuviera aquí.

Al menos lo tenía a él, se tenían los dos.

—¿Cómo pretendes que deje de quererte si me das más razones para amarte? -susurró por bajito, sintiendo las mismas sensaciones que antes, pero intensas. Su corazón latía con fuerza, su cuerpo se relajó y trazó con sus dedos varias líneas en su palma, sin querer despertarlo. —Eres un ruso desgraciado, vienes y lo único que haces es derribar todo lo que construí para protegerme.

"Pero me alegra que seas tú quién lo hiciera".

Esa noche durmió a su lado, apoyado en el borde de la camilla, sujetando su mano con cuidado y reposando su cabeza cerca de él, sintiéndolo, brindándole compañía. Esta vez no lo dejaría solo, no huiría. Estaría a su lado hasta que despertara, hasta que volviera a levantarse, ayudarlo y volver a reír como los últimos días juntos.

Y Volkov lo sabía, sabía que estaba a su lado y eso era lo único que lo importaba. Estaba bien, ambos.

No dejarían que ellos lo lastimaran más.



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-Ker

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