[OS Volkacio] You saved me

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esto es una extensión que quise conservar en este libro, solo subiré los tres escritos (incluyéndose éste) aquí para que no se echen a perder porque eliminaré el otro apartado

sin más disfruten :D

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London Eye


"—Quiero volver a casa... juntos".

Aun podía recordar la suave mirada que dedicó a sus ojos. La forma en que el viento mecía los rebeldes mechones de su cresta despeinada por la mañana, frente a la ventana de aquel hotel donde se resguardaban de una ciudad desconocida.

Volkov no creyó sentirse tan decaído al escucharlo, tan prepotente, tan desmotivado y culpable de la situación. Tenía muchos de «si tan solo no hubiese dicho eso, si tan solo no hubiese empujado a Hache en esto».

«Si tan solo... se hubieran quedado en su casa».

La soledad rodeaba cada parte de Horacio, cada parte de Volkov, cada parte de la habitación donde se alojaban y él se autoconvencía que era lo mejor alejarse. Fue la peor decisión que tomó después de tanto tiempo, aun así, nunca quiso decir no, o no estaría acompañando a aquel hombre de cresta en estos momentos.

"—Vamos a casa". -aseguró en medio de su trayecto al hotel, luego de un extenso paseo por la ciudad, «una última vez» había acordado y, a su vez, que obtenía la atención de Horacio. Aquel brincó, algo sorprendido al ver algunos billetes de avión de regreso a Los Santos sobre la guantera. Volkov lo había puesto al detenerse en un semáforo en rojo.

Y giró su rostro, la decisión que plasmaba sus grisáceos ojos con motes azules era firme, inflexible y no se rompería, así se acabara el mundo. Horacio, aun con los estragos de su nueva condición médica, asintió y aceptó la idea. "—¿Estás seguro de hacerlo? Trabajas aquí...".

"—Trabajaba". -dijo, retomando la carretera de regreso a su cuarto alquilado de hotel para recoger las pocas maletas que tenía. Al fin y al cabo, solo vinieron momentáneamente. Las manos del ruso se envolvieron al volante con fuerza. "—Intenté rehacer la vida que tenemos en Los Santos, pero no es lo mismo. Tampoco me decepciona no haberme sentido bien, al contrario, tengo muchas ganas de volver... a casa". -lo último se dirigió al chico, que no dejó de observarlo y sonreía algo conmovido.

"—Esta vez si me gustó tu mucho texto, esta bien, vamos a casa". -Horacio quiso añadir algo más, pero decidió callarse.

«Habrá otro momento, para decírselo».

El camino se volvió más corto que de costumbre, de inmediato arribaron hacia su habitación y empezaron a empaquetar sus cosas con mucha rapidez, sin importar mucho el orden con tal que equipara todo el espacio de las cosas que tenían y compraron. Horacio se quejaba por bajo por lo impulsivo que se había vuelto Volkov al avisarle a dos horas de regresar, el ruso en cambio le reclamaba a Horacio por enseñarle eso y no hacerse responsable de sus enseñanzas.

"—Al final he corrompido un poco al comisario bombón".

Aquel apodo hizo temblar al ruso, girando lento y preocupado al pensar que Horacio había retrocedido nuevamente en sus memorias. Sin embargo, su sorpresa fue otra al ver que lo miraba con diversión, con su característico brillo en sus ojos y un pequeño guiño que hizo sonrojar al hombre a su lado.

Volkov solo sonrió con total franqueza, negando divertido sin huir de la situación o recriminar sus palabras. Hace tiempo que había pensando que debía enfrentar lo que atravesara en su vida.

Y no sería malo enfrentar los coqueteos descarados de Horacio Pérez.

"—Puede corromperme si gusta, igual, no puede deshacerse de mí".

Y Horacio ahora tuvo que sostenerse de un lado, abriendo los ojos con incredulidad y dirigirlos hacia un contento Víktor Volkov que terminaba de cerrar la última maleta, listo para subirlo al coche y marcharse al aeropuerto. Al ver que el menor no pronunciaba palabra, lo observó y éste huyó.

"—C-Creo que n-nos falta algo en el baño". -y prácticamente corrió, encerrándose dentro.

Horacio se dejó apoyar en la puerta, sintiendo el calor en su rostro y el corazón latir con fuerza en su pecho, temiendo que causara algo más. Aunque simplemente, lo único que causaría era otro motivo el cual caer y enamorarse un día más de aquel hombre ruso y frío. Tragó saliva, mirando alrededor y percatándose del vacío, de todas formas, se encaminó al grifo y vertió agua en sus manos, lanzándola en la cara.

Aunque el menor hubiese preferido corresponderle y devolver el golpe, estaba consciente que era correspondido.

Ambos terminaron de empacar en medio de una conversación tranquila, cerrando y dejando la llave en recepción, sintiendo la libertad rodearlos de inmediato al subirse al coche.

Horacio se dedicó a fotografíar algunas partes de la ciudad a medida que la dejaban atrás, para adentrarse al aeropuerto. Estaba afligido, algo melancólico por detrás atrás este breve momento donde obtuvo que lo quería.

Al fin, sabía lo que pasó a su alma gemela.

Con una mano balanceándola con el viento golpeando en ella en la ventana, su mente se trasladó al momento que conoció a Gustabo, sus primeras travesuras, su primera experiencia malvada en este mundo, la primera vez que tuvieron que robar para sobrevivir de un hambre de una semana. Los recuerdos de este tipo no llenarían de orgullo a nadie, pero para el menor, era su mayor tesoro y orgullo.

Nadie conocía su historia, solo él y Gustabo.

No pudo permitirse antes pensar en él, estaba tan escondido en su dolor, en su nueva condición, en la soledad, que no pensó en aquel hermano que había renunciado a seguir sufriendo, a la soledad, a su amor. No lo consideraba egoísta, antes lo pensaba de ese modo.

Sin embargo, ahora él podía ponerse en sus zapatos, así sea unos minutos, él lo consideraba su héroe, su mayor admiración. No lo culpaba por dejarlo, no lo culpaba por aceptar ese destino. No lo culpaba por tener miedos.

Gustabo García siempre será su héroe y el mejor hermano que pudo tener en su vida.

«No pude salvarnos, pero me salvaste a mí».

"—¿Horacio?" -la suave y preocupada voz de Volkov detuvo sus pensamientos, giró y se percató que había cerrado su mano en un puño. "—¿Está bien?"

El menor no comprendía su pregunta, solo hasta que la propia mano del ruso se acercó a su mejilla, limpiando las lágrimas que soltó y se dio cuenta que sus pensamientos ganaron hace un momento. Sin embargo, no estaba triste, estaba bien. Reconoció que ya estaban en el estacionamiento, listo para partir nuevamente a Los Santos.

Sostuvo la mano del peligris, sonriendo y deshaciéndose de su pesar. —Estoy bien, muy bien. Al fin volveremos.

«Él también estará bien».

Cargando un transporte para sus maletas, comenzaron a buscar su aerolínea con calma y tiempo, dedicándose a almorzar en un lugar de comida rápida antes de escuchar el nombramiento de su línea de avión.

Ante los nervios, ambos se tomaron de la mano en un intento de tranquilizarse, el miedo seguía latente, no sabían a lo que se enfrentaban.

Pero no estaban solos. Se tenían el uno al otro.

—Pronto estaremos en casa. -susurró Volkov en el camino a abordar el avión, Horacio apretó más su agarre.

—Volkov, tú eres mi casa. -pronunció, dejando mudo al mayor que ralentizó su paso y fue el mismo chico de cresta quién tuvo que jalarlo. —Vamos, aun tenemos muchas cosas por hacer.

El ruso recuperó su compostura, riendo suavemente antes de sumársele. —Juntos.

Horacio asintió. —Sí, juntos.

Un poco de OS's ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora