[OS Volkacio] Familia

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OS Donde Horacio y Volkov estén juntos, pero decidan adoptar a una pequeña niña de tres añitos

Dos años y medio antes...

—¡Que vivan los novios! –aclamó Greco arrojando un puñado de arroz encima de ellos apenas salieron del registro civil. Horacio carcajeaba mirando a su ahora esposo enfadarse con su amigo y arrojarle las sobras que tenía sobre él. —¡No seas aburrido, Volkov! Mira a Horacio le divierte.

Volkov giró, observando el deslumbrante rostro de su esposo reírse alado de Gustabo, quién no paraba de decirle que se lo iban a comer las palomas. Conway por su parte estaba lejos de la escena observando junto a Michelle, vestidos de gala para la ocasión.
El comisario suspiró enamorado al verlo tan radiante de blanco, tal como era su hermoso corazón y ser. Nunca sabrá por qué lo escogió, nunca sabrá por qué aceptó pasar el resto de su vida junto a él. No se consideraba especial en ningún sentido de su vida, pero Horacio había derribado las murallas de su alrededor para decirle que era precioso bajo sus ojos. Había alumbrado todos los rincones llenos de oscuridad, abrazado sus inseguridades y aceptar sus defectos.

Y Volkov lo amaba. Nunca pensó llegar a amar tanto a una persona como él.

Horacio observaba el anillo de oro rodear su dedo anular izquierdo con felicidad. Gustabo lo observaba con mofa, pero dentro de sí estaba orgulloso por ver a su hermano feliz, tal como deseaba desde que eran niños. Aceptándolo tal como era. Palmeó su espalda con cariño y sin evitar lo atrajo para abrazarlo, no le era suficiente para él solo tocarlo. Horacio reaccionó con cariño, pero sin evitar preguntarse el motivo. No dijo nada, no quería arruinarlo, Gustabo nunca era de demostrar afecto y cuando lo hacía era como un osito cariñoso.

—Ya eres hombre casado, Horacio. –susurró cerca de su oído, provocándole cosquillas al menor de los dos. —Ya eres tú...

—Gustabo...

—Estoy orgulloso de ti, sé feliz. –dijo y se alejó, dándole la espalda y caminar en dirección contraria sin que nadie pudiera ver su rostro. Horacio no pudo evitar sentirse emocionado y reír por la vergüenza de su hermano al llorar.

Ya era feliz, alado del hombre que nunca pensó que llegaría a amarlo. Costó llegar a su corazón, demostrarle que su amor era puro y sin segundas intenciones, que lo quería a él y no por lo que trabajaba. E incluso el cambio que produjo en él lo llenó de vida al ser correspondido con el afecto que merecía. Volkov por fuera demostraba ser un témpano de hielo andante, que no dejaba que ninguna palabra afectase su vida ni que recibiera afecto, pero cuando estaban a solas, o en compañía de los más cercanos para ellos, el cariño sobraba para ambos. Los abrazos, los besos, los toques, todo era tan distinto.

Sintió un par de ojos observarlo con atención y alzó la vista de sus manos, girando para observar a los luminosos y hermosos ojos azules grisáceos de su amado. Con una sonrisa llena de sinceridad y amor se encaminó hacia a él de nuevo, tomándose de las manos con efusividad y sin dejar de observarse atentos. —Mi querido esposo... -susurró Volkov y Horacio se le inundaron los ojos de lágrimas. —Gracias por aceptarme, gracias por amarme. –acarició su rostro.

—Mi querido esposo... -repitió Horacio, humedeciendo sus labios —Gracias por corresponderme, te amaré hasta que la muerte nos separe. –Volkov sonrió abiertamente, disimulando la emoción poniéndose las gafas.

—¿Listo? –preguntó por bajito, soltando sus manos y ofrecerle su brazo como apoyo. Horacio asintió limpiando sus mejillas y se sujetó.

—Más que nunca.

•••

—¡Nos aceptaron! ¡Vamos a tener una bebé! –gritó exaltado Horacio entrando repentinamente al despacho de su esposo, brincando hasta llegar a su silla mientras este dejaba la taza de café sobre la mesa y le dió espacio, recibiéndolo gustoso. Lo observaba incrédulo y luego al celular que traía en su mano. Tardó unos segundos en caer en cuenta que tendrían una familia. Una niña.

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