CAPÍTULO 20

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IVY

Habían sido unas horas bastante entretenidas y tenía que admitir que no me había divertido así en mucho tiempo; Logan podía ser una buena compañía si así lo quería, aunque el ambiente había vuelto a tensarse después de nuestra breve conversación, aunque no podía llevarle la contraria, porque lo que había dicho era completamente cierto.

Las acciones importan más que simples palabras vacías

Logan tenía mucha razón en decir esa frase y la vida se había encargado de enseñarme de la manera más dura que las palabras nunca eran suficiente.

Podía contar con los dedos de una mano las veces que mis padres me habían dicho que me amaban y me faltarían minutos en el día para contar las veces en que ellos habían hecho cosas que demostraban lo contrario; mis padres me habían dado la vida, pero se habían encargado de que nunca pudiera vivir tranquila.

Para ellos yo era un desastre y no por un error que hubiera podido cometer, sino porque para ellos, el hecho de que yo sufriera de bipolaridad, me volvía defectuosa y para una pareja que vivía de las apariencias, yo nunca lograría encajar, aunque por mucho tiempo sí que lo había intentado.

Durante mi infancia, había fingido ser feliz y había aprendido a sonreír sin sentir realmente algo de alegría y si existía una emoción que pudiera describir como me sentía en esos momentos, sería sola; pero aun en esos años, las cosas no eran tan malas como serían al crecer.

Podía recordar a la perfección el momento cuando mi vida se fue en picada, porque cuando iniciaron mis ataques, nada volvió a ser lo mismo; mis padres me miraban con recelo, juzgándome a la distancia porque para ellos, nada más importaba que mi enfermedad y yo no era nada más que mi trastorno, pero aun así, yo seguía intentando encajar; tomaba mis medicinas, me esforzaba en sonreír y ocultaba ese vacío que cada año iba haciéndose más grande; tuve amigos, me enamoré y siempre intenté destacar, aunque jamás fui honesta con nadie por completo, hasta que llegó él.

Dante Montgomery, el chico que conquistó mi corazón y la primera persona que me aceptó por quien yo era en realidad; el chico de brillante sonrisa que traía a todas las chicas locas por él, pero que, entre todas ellas, me eligió a mí.

La primera vez que nuestros caminos se cruzaron fue durante una fiesta a la que en un inicio no había querido asistir; en ese tiempo, yo no bebía, no fumaba ni salía mucho y no porque no quisiera hacerlo, sino por el miedo que sentía a cometer un error y que todos descubrieran que yo no era quien aparentaba ser.

Esa noche, mis amigos estaban tan ebrios que me dejaron de lado y unos chicos aprovecharon el momento para hostigarme e intentar sobrepasarse conmigo, pero entonces llegó Dante y sin detenerse a pensarlo, me salvó de una situación que yo no podía manejar.

Él fue la primera persona que me vio con una sincera preocupación y en ese momento sentí que no solo veía a la chica que yo había creado para encajar; Dante me veía a mí, a la yo real, a la chica asustada detrás de la sonrisa y desde ese día, nada volvió a ser igual.

Me enamoré de él y él se enamoró de mí; pero, así como yo no era la chica que todos creía, Dante tampoco lo era, aunque de igual forma nada de eso importó; por primera vez me sentía amada, por primera vez sentía que pertenecía a un lugar y era feliz, así que mis ojos estaban cegados; yo solo quería ver a mi Dante, al chico que me besaba con dulzura y me hacia el amor mientras reíamos; yo lo amaba sin importar nada más y ese fue mi error.

Dante no era el chico bueno de la historia, no era mi caballero de brillante armadura ni mi príncipe azul, aunque tanto él como yo nos habíamos negado a verlo; porque sencillamente resultaba más fácil vivir un sueño que enfrentar la realidad y ambos éramos felices en nuestro pequeño pedazo de universo, aunque esa felicidad, no duró mucho tiempo.

LOGANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora