Capítulo 27.

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AL DECIR QUE EXTRAÑABA EL HUMOR DE HUNTER EN MI VIDA, NO ME REFERÍA A QUE EL UNIVERSO ME ENVIARA A MATT TALBI EN SU LUGAR.

O más específicamente, que me hiciera pasar un día entero con él. Aunque no me molestaba tanto porque era él, sino porque era yo. Yo, quien siempre se las arreglaba para joderla con cada palabra que decía, pero peor aún: si Matt no me irritaba, yo no podría decir una sola palabra en todo el día. Confiaba en su talento de payaso de la clase para encargarse de ello.

Al entrar al mismo café del día anterior, divisé a Matt casi de inmediato gracias a que el lugar no estaba muy lleno. Respirando hondo, me acerqué a la cabina donde estaba. Alzó la vista de su celular cuando me senté frente a él y sonrió.

—Pensé que no vendrías —dijo a modo de saludo.

—Te dije que lo haría.

—También recuerdo cuando me dijiste que para el viernes podíamos tener el trabajo hecho.

Rodé los ojos. Haber mentido una vez no me convertía en una mentirosa en serie.

Me saqué mi abrigo y lo dejé a un lado en el asiento rosa junto con mi mochila. Como en señal, una mesera se acercó a nosotros balanceando las caderas al ritmo de la música. Ordenamos unos batidos de chocolate y él donas—yo no ya que siempre me daba vergüenza comer frente a un desconocido.

—¿Crees que podríamos encontrar las respuestas en Internet? —preguntó Matt luego de un bostezo.

Un bostezo a las doce del mediodía.

El chico era de los míos.

—¿De Latín? Imposible.

Apoyó su frente en la mesa con un gruñido.

—¿No eres amiga de Afrodita? Pídele las respuestas.

Reí, lo que me ganó otro gruñido. Tardaríamos el doble en terminar el trabajo gracias a nuestras diminutas ganas de hacerlo. Al menos no me haría trabajar rápido y no tendría que pretender ser inteligente.

Tomamos la llegada de nuestro pedido como el inicio del trabajo. Saqué mi libro casi roto de Latín junto con un par de hojas y lo puse entre los dos platos de donas. Entre sorbos a los batidos, intentamos concentrarnos.

—Esto es estúpido —suspiró Matt, reclinándose contra su asiento.

Solté mi bolígrafo y miré la hoja. Habíamos escrito una oración en diez minutos. Volví la vista a Matt como diciendo "estamos jodidos". Pasó una mano por su cabello oscuro, desordenandolo aún más. Luego masajeó sus sienes y comenzó a asentir repetidamente.

—¿Estás bien? —pregunté al borde de la risa. Parecía estar a dos segundos de un ataque nervioso.

—Nunca llegaremos a hacerlo a tiempo. ¿Y sabes qué pasará entonces? —Lanzó las manos al aire con exageración—. Reprobaremos. ¿Y luego? Suspenderemos la asignatura. ¿Y luego? La escuela. ¿Y luego? No podremos conseguir trabajo, entonces no tendremos dinero, entonces no tendremos ni techo ni comida. ¿Y luego? Moriremos.

Estallé en carcajadas. Matt Talbi era como el Stacey perdido. Había algo tranquilizador en su presencia, en la facilidad con la que hablaba y no se molestaba en ocultar su poca preparación para el trabajo como cualquier otro estudiante de Magni Electi habría hecho. 

—Mira, intentemos pensar antes de escribir —dije cuando pudimos calmar nuestros ataques de risa—. Ordenar las ideas o algo así.

—Ni siquiera tenemos ideas para ordenar.

—Estamos viendo este tema desde mayo, algo debemos tener. En lo más profundo de nuestros cerebros.

Se llevó una dona entera a la boca y negó con la cabeza. Di un sonoro sorbo a mi batido y asentí.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora