Capítulo 30.

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NOAH:

—¿Qué le has hecho? —preguntó Quinn desde las escaleras.

Esperé a que se sentara en la tumbona a mi lado para responder.

—¿Cómo sabes si yo le he hecho algo?

—Ha salido corriendo como si se estuviera incendiando la casa, Noah. Y hace una hora que estás aquí solo.

La terraza siempre me resultaba un buen lugar para pensar. Había algo tranquilizador en poder ver el jardín como si estuviera afuera sin tener que sufrir el frío del invierno. Además, había subido sabiendo que a Olivia no se le ocurriría buscarme allí. Debería haber supuesto que no me buscaría, sino que huiría.

—Quizás ella me ha hecho algo a mí.

Me volví a acostar, con las manos entrelazadas detrás de mi cabeza para poder ver a Quinn. Supe por sus labios apretados que tenía miles de cosas para decir.

—¿Además de volverte un idiota malhumorado?

Sonreí falsamente y suspiró. Parecía más estresada por Olivia y yo, que Olivia y yo.

—¿Estás bien? —Decidí cambiar de tema. Estaba harto de pensar en Olivia cada segundo de cada día.

—¿Por Julian dices? No es la primera vez que dice algo así. 

—No significa que no te afecte.

Caímos en un cómodo silencio. O al menos lo era para mí; sabía que Quinn debía estar buscando la manera de preguntar lo que tanto quería saber. Decidí hacerle un favor y sacar el tema yo.

—Estoy bien, Quinn. —Intenté sonar lo más seguro posible—. A esta altura, no deberías preocuparte.

Sin embargo, nunca dejaría de hacerlo. Habían pasado años y se seguía preocupando como el primer día. Lo agradecía en parte, siempre lo haría. Era la única persona en mi vida a quien le importaba y nunca podría no sentirme agradecido por ella. Por otro lado, deseaba que no le afectara tanto cuando ocurría, ya que así se convertía en un peso sobre sus hombros. Era una carga que solo yo debía llevar.

—Pero fue en tu cara —susurró con tristeza—. Hacía un año que no te golpeaba en la cara.

—Lo sé.

—Dijiste que ya no ocurriría.

—Lo sé.

—Y ocurrió.

Me encogí de hombros. ¿Qué se le iba a hacer? Solo me quedaban cinco meses de soportarlo y luego sería libre. Ya no más golpes en ningún lado, nunca más. O al menos eso esperaba.

Cerré los ojos como si así pudiera espantar las imágenes que me perseguían siempre que pensaba en el futuro. Intenté pensar en cualquier otra cosa, llevar mi mente a algo que no tuviera algo que ver con ello.

Naturalmente, fui a Olivia.

¿Por qué siempre llegaba a ella?

No podía evitar odiarla por jugar conmigo, se diera cuenta de que lo hacía o no. Verla en la escuela y saber que no quería ni que la mirara me consumía, verla con el pedazo de basura de su novio me mataba. No parecía darse cuenta del efecto que tenía en mí, de lo difícil que era ser nada más que un extraño. Deseaba poder follarla de una vez por todas para sacarla de mi sistema y poder volver a la normalidad. Quizás debería haberlo hecho sin importar que me estuviera usando.

—Olivia estaba llorando, ¿cierto? —preguntó entonces Quinn, interrumpiendo el largo silencio que se había formado.

¿Sabría Olivia que ninguno de los dos parecía poder dejar de pensar en ella?

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora