Capítulo 62 - Final.

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NO HABÍA ASOMO DE VIDA.

—Sé que es estúpido, venir aquí a hablar de esto contigo. Egoísta, incluso. ¿Pero con quién más podría hacerlo? ¿Qué mejor para guardar mis secretos que una tumba? Si me juzgas, nunca lo sabré. No hay riesgo en decir en voz alta lo patética que soy, porque nadie más que tú se enterará. Y tú no le dirás a nadie.

» Me gradué hace dos semanas. Hace dos semanas que...ocurrió, aunque supongo que eso ya lo sabes. ¿No es que desde el cielo uno todo lo ve? Me gusta pensar que sí, y que estuviste junto a las otras familias cuando subí al escenario a subir mi diploma; tal como yo hice contigo hace un año. ¿No es extraño pensar que solo hace un año te graduaste? Y ahora estás aquí. No hace falta que te diga lo injusto que es; creo que sería injusto de mi parte venir aquí a señalar esas cosas. No, he venido para otra cosa. Para descargarme, porque ya no aguanto más.

Imaginé que en ese momento él interrumpiría para hacer alguna broma, como que ya era hora de que explotara. O quizás solo se quedaría en silencio, feliz de que al fin me comportara como la hermana que siempre había querido; aquella que se dejaba cuidar por él.

Debería haberlo sido.

Tomé una profunda respiración, inspirando tanto el olor característico de un cementerio—tal como un jazmín podrido—y las flores que aún no había puesto en la tumba, antes de continuar:

—Si estuvieras aquí, realmente aquí, te preguntaría qué hacer. ¿Qué hacer con mi miedo? Porque seguramente tú lo tuviste cuando acabaste la secundaria. Y se supone que un hermano mayor está allí para mostrarle el camino al resto. Pero no puedo hacer eso, y el simple hecho de que esté aquí temiendo por mi vivir mi vida cuando a ti te arrebataron la oportunidad es...horrible. Es horrible lo que estoy haciendo. Estoy perdida, Hunter. Perdida y sola.

» ¿Tú estás solo? ¿Estás bien? Dios, no sabes lo que daría por poder oír tu respuesta. Si tan solo pudiera saber que has encontrado paz... No sé si puedo seguir con esto...con tanto. No sé qué tantas mañanas más podré despertarme y que mi corazón vuelva a romperse una y otra vez, como si todo mi dolor me abandonara mientras duermo y me aplastara apenas abro los ojos. No me dan ganas de abrir los ojos. Quiero...

Mi voz se rompió. Volví a respirar profundo, necesitando estabilizarme.

—No sé qué es lo que quiero —admití en un susurro—. Hay días que creo que no quiero nada, y otros que me puedo imaginar siendo feliz otra vez. Días que me dan ganas de cambiar cómo soy, porque Dios sabe que he perdido demasiadas cosas por mi culpa. Y luego pienso... No lo sé. Me he autosaboteado tantas veces que ya no las podría contar. Sin quererlo. He arruinado un millón de cosas, porque creía que no me las merecía. He arruinado todo, todo, todo.

———

DOS SEMANAS ATRÁS:

—¿Están listas? —gritó Veronica desde el otro lado de la puerta—. Van a llegar tarde.

—¿Qué tanto tienes que usar el baño? —le grité a Heather, quien se había encerrado allí hacía una media hora.

—¡Cosas!

—¿Tienes diarrea?

—¡Olivia!

Con un suspiro, me levanté de la cama y fui a la puerta del baño. Comencé a golpear con todas mis fuerzas, sin parar incluso cuando Heather chilló que dejara de molestar. Unos minutos después, la abrió violentamente. Me enderecé con una sonrisa.

—Al fin. Espero que hayas tirado perfume.

—¡Me estaba maquillando!

—¿Por qué tanta preparación? —mascullé, empujándola para pasar al baño—. Es un día más de escuela.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora