Capítulo 53.

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TRES DÍAS SIN HUNTER.

No era mucho. No era nada. Había pasado mucho más tiempo sin verlo, sin hablar con él. La mañana del jueves me desperté y por un segundo olvidé la realidad, pude pensar que Hunter estaba en la universidad y volvería para el fin de semana. Pero no lo haría. Nunca volvería.

No sabía qué estaba pasando fuera de las cuatro paredes de mi cuarto, prefería ahogarme en mi dolor. Mi celular estaba apagado desde el lunes y no salía de la cama desde que habíamos regresado del hospital. Pensé que salir del hospital esa mañana, sintiendo que estaba abandonando a Hunter, sería lo más difícil que tendría que hacer en mi vida.

Pero este día que me esperaba era peor.

Al encerrarme en mi habitación el lunes, había sabido que debería salir poco tiempo después. Era lógico que, si había un cuerpo inútil y sin vida, se lo olvidara bajo tierra. Sin embargo, no me había importado que mi aislamiento tuviera cercana fecha de vencimiento; solo lo había hecho.

No había comido en esos días, solo había bebido agua del lavamanos del baño cuando no me quedaba otra opción si no quería desmayarme, y no había hablado con nadie en lo absoluto—si se obviaban las cortas palabras a Noah—pero, cuando Veronica tocó mi puerta el jueves, no tuve más remedio que responder. Solo sería por un día y luego podría volver a la soledad de mi cama.

—Hola. —Parpadeó con sorpresa cuando abrí la puerta—. ¿Quieres...?

—Ya bajo.

Cerré la puerta.

Me preparé en modo automático, mi mente tan vacía como mi corazón. No sentía nada, lo que significaba que faltaba poco para que me rompiera y todos los sentimientos congelados me salieran hasta por los poros.

Encontrar un vestido que no me quedara corto fue todo un desafío, aunque al menos todo lo que tenía era negro. Honestamente, no sabía si eso de usar negro para un funeral era cosa de películas o qué. No tomaría mis chances con el de mi hermano.

Estar parada por mucho tiempo resultó ser un problema, peor fue bajar las escaleras. Tuve que sostenerme de la barandilla y bajar lentamente. Llegó un punto en que mi vista se nubló y seguía adelante sin ver en lo absoluto. Mi corazón estaba tan acelerado que creí tenerlo en la boca, mis piernas y manos temblaban sin control. Para cuando llegué a la cocina, medio a rastras, pensé que mi cabeza estallaría de la presión.

—¡Olivia! —oí un grito; se sentía lejano.

Alguien puso sus manos sobre mis hombros y lo siguiente que supe fue que estaba sentada. Agaché mi cabeza y la voz de mi psicóloga se hizo paso a través de la neblina: inhala, exhala. Clavé mis uñas en mis manos e intenté pensar en cosas que podía sentir, oír o lo que fuera. No estaba teniendo un ataque de pánico, solo era por no haber comino ni estar bien hidratada, pero de todos modos me ayudaba a mantenerme enfocada. Estaba el ruido de un grifo, la voz de Heather... Ares estaba rasgando mi pierna, alguien estaba acariciando mi espalda.

—Quítate —logré decir. Tomé una respiración como si acabara de salir de debajo del agua después de mucho tiempo—. Estoy bien. Estoy bien.

Heather apartó su mano. Eventualmente pude sacar mi cabeza de entre mis piernas, bajar estas del taburete, y atreverme a abrir los ojos. Pestañeé con rapidez contra los puntos de luz en mis ojos hasta volver a la normalidad, si es que eso seguía existiendo.

Bebí de un tirón el vaso de agua que Veronica me ofreció.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Heather.

No respondí.

Me agaché para tomar a Ares en mis brazos. Mi pobre cachorro que siempre tenía que verme sumergida en el caos. Lo abracé contra mi pecho y cerré los ojos, descansando mi mejilla sobre su cabeza. Comenzó a lamerme el cuello, pero no me aparté.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora