Capítulo 23.

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MI CULPA ME HIZO IMPOSIBLE DORMIR, RESPIRAR, FUNCIONAR.

El viernes estaba mensajeando a Julian en clase pidiéndole vernos luego de la escuela cuando el profesor de Física dejó una hoja en mi escritorio con una mirada reprobatoria. Mi corazón se atascó en mi garganta. Volteé la hoja con miedo apenas se fue. Era mi examen, uno de los que debía aprobar obligatoriamente. Había junto a mi nombre unos gigantes números rojos que parecían burlarse de mí. Había sacado un 6.5 de 10. Había desaprobado por medio punto.

Hice mi mejor trabajo por mantenerme optimista durante el resto de la clase. Anoté cada palabra que decía el profesor por primera vez en mi vida y me prometí nunca más distraerme en clase. Preparé mi discurso para cuando Beatriz me llamara inevitablemente y me dijera que estaba expulsada. Era medio punto, era un solo examen. Las únicas otras notas que había recibido habían sido buenas—aprobadas de casualidad y con la nota mínima, pero aprobadas de todos modos—; mi futuro no podía depender de algo tan trivial.

Cuando tocó el timbre, esperé a que todos se fueran para acercarme al profesor, quien estaba sentado detrás de su escritorio leyendo uno de los tantos papeles sobre este. Era un hombre calvo, que usaba la misma camisa roja todos los días y al fin de cada clase tenía manchas de sudor bajo sus axilas. Para sumarle al desagradable efecto, escupía al hablar. Era una de las muchas razones por las que llegar temprano a Física y ganar un lugar lejos de él se sentía como los Juegos del Hambre.

—¿Stacey, necesita algo?

Dejé mi examen sobre el papel que había estado leyendo. Se reclinó en su asiento, con una mano en su barbilla mientras lo escaneaba.

—Obtuve un 4 en el examen previo  —comencé mis ensayadas palabras con tono de negocios—. Eso significa que he mejorado bastante, ¿cierto? ¿Y no es ese el objetivo de la escuela, mejorar?

—Estuvo al borde del aplazo en el primer examen y este sigue sin estar aprobado. —Se acercó la hoja a dos centímetros de la cara—. No tuvo errores fatales, pero aun así...

Me expulsarían por medio punto y errores no fatales. El universo estaba en mi contra.

—Puedo hacer algún trabajo extra, o lo que usted quiera. No importa qué. Por favor —agregué con tono más desesperado—, no me pueden expulsar por esto.

Se quedó pensando por unos segundos en los cuales tocó el timbre otra vez, marcando el fin del descanso entre clases. Suspiró y me extendió mi examen. Lo tomé, aceptando mi derrota, y llegué hasta la puerta cuando me detuvo.

—Stacey, espere. —Volteé a verlo llena de esperanza—. Aún no he enviado el reporte a Beatriz, así que supongo que tiene tiempo para recuperar... Venga a buscarme el próximo lunes a esta misma hora. Puedo tomarle un examen mientras doy clase. Será su última oportunidad, le sugiero que no la desperdicie.

Lo podría haber abrazado. Sonreí tan grande que dolía y le agradecí unas diez veces antes de salir corriendo para no llegar mucho más tarde a mi sesión semanal con Renée. Cuando entré a su oficina, me hizo un gesto para que me acercara sin alzar la vista de un cuaderno. Me senté en el sofá y esperé a que terminara de escribir. Había sobre su escritorio una bandeja de galletas de chocolate, una caja con sobres de té y un juego de tazas y tetera rosas a un lado. La miré otra vez y reparé entonces en el otro cambio del día: Renée tenía dos mechones a cada lado teñidos de violeta. Pestañeé rápidamente como si me lo hubiera imaginado.

—Ignora mi cabello. Mi nieta se sentía mal por su nuevo estilo de y me teñí como ella en...apoyo. —Negó con la cabeza y reí un poco. Debía ser agradable tener a alguien así como familia, ignorando su profesión—. Bueno, me parece que ya estamos en un punto de nuestra relación donde no rechazarás tomar el té con una anciana, ¿cierto?

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora