FUI A TERAPIA AL DÍA SIGUIENTE.
Estaba asustada de mí misma. Ya no sentía que mi mente me perteneciera. Siempre había tenido pensamientos suicidas, era parte de mí, pero nunca había llegado tan lejos como para encerrarme en el baño con una rasuradora en mano, viéndola fijamente, ya sintiendo que la decisión estaba tomada.
Me tenía miedo. Ese momento de profunda desesperación, sintiendo un dolor tan agudo que no me había imaginado otra solución más que cortarlo de raíz, nunca lo había vivido así. No había conocido la verdadera falta de esperanza hasta entonces. Había sido como estar en el infierno.
Así que pedí ayuda.
No exactamente en esas palabras, no ese día. Solo acepté algo que mi psicóloga había sugerido tiempo atrás, como una opción que podía tomar pero todavía no era necesario si prefería intentarlo de otra manera primero: ir a un psiquiatra.
Quizás el día anterior no me habría suicidado aunque Ivy no hubiera interrumpido mi momento; quizás me habría arrepentido sola. Eso era muy probable, considerando que nadie que de verdad estuviera listo para terminarlo todo habría pedido ayuda la mañana siguiente, por su cuenta, sin haberlo hablado con nadie. No significaba que no estaba cada día más cerca de caer en el pozo.
Solo...tenía miedo—de mí, de vivir, de la próxima persona que saldría herida. Y quizás era el efecto que tenía terapia en mí, que cuando salía me hacía sentir como si un peso se hubiera caído de mis hombros, por más que fuera momentáneo, pero quería intentar.
Al salir del edificio, hice una visera con una mano sobre mis ojos para taparme del sol del mediodía. Era jueves, la única hora que mi psicóloga tenía disponible esa semana para recuperar mi sesión perdida de la tarde anterior. Tenía dos opciones: ir a la escuela por la segunda mitad del día, o ir a mi casa.
Tomé el tercer camino, claro.
Entre numerosas quejas mentales por el calor y la distancia, tardé al menos una hora en llegar a la casa de Quinn. Puse el código nuevo que me había enviado para abrir la verja y entré. Esperé frente a la puerta luego de tocar el timbre. Unos diez minutos después, al fin se abrió. Y se habría vuelto a cerrar al instante si no hubiera puesto mi pie en el umbral.
—No —dije, haciendo fuerza con la mano para mantenerla abierta.
—¿Qué quieres?
—Eh...algo.
Noah resopló, pero dejó de intentar cerrarme la puerta en la cara.
—No te quiero aquí.
—No es tu casa.
—Quinn no está.
Lo empujé para poder entrar. Fui hasta la cocina sin pedir permiso o ver si me seguía. Sorprendentemente, no me encontré a Miranda allí. La única señal de que alguien había estado en el lugar eran los miles de papeles sobre la isla. Me acerqué a ver qué eran, curiosa de qué podía estar haciendo.
Noah había llegado a la casa de Quinn a las cinco de la mañana y no le había dirigido la palabra. Quinn, por supuesto, estaba desesperada y me había pedido que lo supervisara. Entre pasar el día en la escuela con revisiones para exámenes, ir a mi casa a estar sola en el silencio y con rasuradoras al alcance, y cuidar de Noah, no me había resultado difícil tomar la decisión.
Noah se sentó en el taburete frente a todas las hojas, y no dijo nada cuando tomé una para leer. Mis cejas se dispararon alzadas al reconocer términos.
—Estás estudiando Física —acusé.
—Eso es lo que se hace cuando hay un examen en una semana.
Cambié la hoja por otra. Hablaba de un tema distinto de la misma asignatura.
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El Manuscrito (#1)
Teen Fiction/PRIMER LIBRO/ COMPLETO ¿Cuál es el colmo de una escritora de romance? No saber qué es el amor. Olivia Stacey está decidida a aprender. El abandono de su padre y el deber cuidar de su deprimida madre ponen en marcha su resolución. Necesita crear un...