Capítulo 45.

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OBSERVÉ CON FIJEZA LA PUERTA QUE TANTAS VECES ANTES HABÍA ABIERTO.

No era ninguna extraña a la casa de Heather Collins, había vivido en ella tanto como en mi propia casa en la infancia. La última vez que había estado allí, sin embargo, había sido para terminar mi amistad con Heather. Ahora, volvía para comenzar nuestra retorcida relación de hermanastras que desarrollaríamos involuntariamente al vivir bajo el mismo techo.

Toqué el timbre, aferrándome a mi maleta con la otra mano. Mi corazón estaba tranquilo, ninguna parte de mi cuerpo rebotaba y mi cerebro parecía haberse quedado sin pensamientos por primera vez. Era como si desde el intento de suicidio de mamá una semana atrás me hubiera convertido en otra persona; apenas tenía energías para reaccionar a lo que me decían o hablar en lo absoluto.

—Olivia —dijo Veronica al abrir la puerta. La mirada de pena que me ofreció no era nada nuevo esos días—. Y Dita, hola. Pasen.

Dejé que Dita—que había ido para poder cargar a Ares y sus cosas que ella le había comprado—pasara antes que yo, queriendo darme al menos unos segundos más de libertad. La culpa que sentía por no haber luchado con más fuerzas contra la mudanza resurgió, aunque no con la fuerza que debía. Todo lo que sentía ahora era a medias.

Las seguí por el amplio pasillo hasta la cocina, que me resultó irreconocible. Estaba modernizada, con ese diseño minimalista que parecía venir con el contrato del buen dinero. Dejé mi maleta y mi mochila en el suelo y me senté en uno de los taburetes frente a la isla negra, junto a Dita. Ares se removió en sus brazos hasta que lo dejó en el suelo y desapareció a descubrir su nueva casa.

—¿Quieren algo para beber? —preguntó Veronica.

Dita le pidió café; yo no dije nada.

—No sé si has visto los mensajes —murmuró Dita apenas Veronica se fue a preparar las cosas—, pero Quinn pregunta si queremos ir a su casa más tarde. Dice algo sobre helado y películas, también.

—No, gracias.

No presionó. Se había acostumbrado con rapidez a mi nuevo estado de nada. Pocas palabras, pocas emociones, pocas acciones. Solo era despertar y esperar a que las horas pasaran para poder volver a dormir.

—Matt pregunta si queremos ir a su casa mañana. Dice que puedes llevar a Ares para que conozca a su perro.

—No, gracias.

—Y Noah pregunta si aún quieres que venga más tarde.

Dudé un segundo.

—Sí.

Sacó su celular, probablemente para confirmarle. Si iba a sobrevivir mi primer día con mi nueva familia, lo haría con Dita y Noah a mi lado. Mi mente me impedía ver a Quinn y Matt, o a cualquier otra persona para el caso, ya que los había asociado al último momento de felicidad que había probado. Verlos en el estado en que me encontraba se sentía incorrecto, así que mi recurso era alejarlos. Noah, por otro lado, había estado allí cuando todo se había ido a la mierda, así que no me importaba seguir viéndolo.

Y Dita siempre había estado en mi vida. En lo malo, en lo bueno. No tenerla conmigo se habría sentido como no tener una extremidad.

Veronica volvió con tres cafés, a pesar de que no le había pedido uno. Me lo ofreció con timidez y no encontré más opción que aceptarlo.

—Esta noche, luego de la cena —dijo—, con tu padre hemos decidido irnos. Solo por esta noche.

Ante el silencio con el que respondí, Dita preguntó en lugar de mí:

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora