Capítulo 12.

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PARECÍA QUE TODO EN MI VIDA SE HABÍA REDUCIDO A NOAH TANNER.

Ignorar sus mensajes, evitarlo en la escuela, dejar textos en su banco cuando no estaba mirando para no tener que enfrentarlo, despotricar contra él con Dita y volverme loca con lo mucho que ocupaba mi cabeza se habían vuelto rutinarios.

Llegó junio, y con él la segunda etapa de exámenes de aquel trimestre. Si no aprobaba todos y cada uno de mis doce exámenes, sumado con la prueba física de Gimnasia y un trabajo extra de Biología, Beatriz al fin podría expulsarme después de tantos años. Si me expulsaban, repetiría el año.

Y me suicidaría, probablemente, pero eso no era tan importante.

La mitad de las tardes las pasaba llorando como si me fuera la vida en ello. La escuela y la música eran las únicas cosas que me podían hacer llorar en el universo; ni cuando mi papá me había abandonado lo había hecho tanto.

Estaba luchando por contener las lágrimas, justamente, mientras Dita intentaba explicarme un tema nuevo de sintaxis en Latín cuando Noah apareció en nuestra mesa de la biblioteca.

Dejando las lágrimas para más tarde, me armé de paciencia y volteé a verlo.

—Stacey, al fin te encuentro —dijo. Se sentó en la silla vacía a mi lado sin invitación—. Pensé que habías abandonado la escuela.

—¿Qué quieres?

Eran las primeras palabras que le dirigía en semanas. Luego del día del lago, le había tomado un par de días entender que no quería hablarle y rendirse en sus intentos porque lo hiciera. Había apreciado la paz y tranquilidad, pero todo lo bueno llegaba a su fin, y vivir sin que Noah me hablara no era la excepción.

—Sabes que nos quedan sólo unas semanas hasta la competencia. Creo que es mejor si dejas de ignorarme ahora para poder volver a prepararnos bien.

La profesora Sterling por fin había dado una fecha concreta para la competencia de escritura y, al hacerlo, me había sacado unos cinco años de vida por estrés. Sería a principios de julio, sólo una semana después del examen de Literatura—lo que según ella había sido un regalo, pero no para mí. Para mí había sido causa de más lágrimas, porque la competencia sería el mismo día que mi examen de Astronomía y mi prueba de Gimnasia. Debería haber sido ilegal tener tres cosas tan importantes en un mismo día, por la salud del estudiante, cosa que había comentado a Beatriz. Ella no me había querido escuchar, así que estaba destinada a vivir el día más estresante de toda mi vida.

Señalé a Dita, que pretendía estar enfrascada en un libro de Latín, y a mis miles de hojas desparramadas que ocupaban toda la mesa.

—No tengo tiempo para pensar en la competencia ahora.

—Es igual de importante que los exámenes.

—Tengo demasiados exámenes antes de la competencia como para que me importe. Prueba otra vez en unas semanas y veremos.

—Te puedo ayudar, así terminas más rápido y tienes más tiempo.

Apoyé mi cabeza contra el respaldo de la silla, cerrando los ojos por unos segundos.

—Dita me está ayudando, gracias —dije luego de un bostezo.

Corrí sus manos de sobre un par de hojas de Latín que necesitaba, dispuesta a volver a ignorarlo hasta que tomara la indirecta y se fuera. No funcionó.

—Tres cerebros son mejores que dos.

—Eso es cierto. —Era obvio que Dita aprovecharía ese momento para terminar de "leer" el libro. Me sonrió como pidiendo perdón—. Necesitamos la ayuda.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora