Capítulo 22.

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MI VIDA ERA UNA BROMA.

No había manera de que fuera real y el universo me hiciera vivir así, tenía que ser una simulación. Quería hablar con quien fuera responsable de todos los desastres en ella y darle un buen golpe.

Me encontraba en Gimnasia el miércoles, pretendiendo correr las vueltas obligatorias al gimnasio cuando la entrenadora alzaba la vista de su libro, caminando tan lento como era humanamente posible cuando no veía. Yo no corría en vano, y hacerlo para la escuela debía ser el peor motivo posible. Cuando entró una chica diminuta, de esas de primer año que parecían de jardín de infantes, y se acercó a la profesora, comencé a trotar por miedo a que viera en mi dirección. Había hecho bien en tomar la precaución, ya que giró el cuello hasta encontrarme y me hizo una seña para acercarme. Mierda.

Corrí a ella para que fingir estar sin aliento no fuera tan difícil. Cuando frené, puse mis manos en mis rodillas y me agaché un poco, como si mis pulmones estuvieran a punto de morir. Si no hubiera sido por la ansiedad de estar frente a miles de personas con sus ojos fijos en mí, habría considerado hacer una prueba para el club de Teatro, como Quinn había sugerido una vez luego de verme en acción con nuestra profesora de Biología. Parecía que tenía talento.

—Stacey, ¿está bien? —El cabello blanco de la profesora entró en mi campo visual y asentí, pero comencé a hiperventilar—. Beba agua. Usted, búsquele una botella. Por Dios, quizás debería hacerles correr por menos tiempo. No quiero que se me muera ninguna.

Asentí intentando no parecer muy satisfecha por haber cumplido mi propósito. Aunque la profesora siempre decía lo mismo y nunca cumplía. Reapareció la chica de primero con una botella rosa y bebí, agradecida. No era como si estuviera tan mal, pero no tomaba nada desde la mañana y había olvidado llevar dinero ese día para comprarme algo. A veces me asustaba un poco mi capacidad para conseguir lo que quería.

—¿Necesita algo? —pregunté con voz acalorada cuando me incorporé.

Le di la botella vacía a la pequeña rubia, quien me miraba con admiración.

—La doctora Dubois requiere su presencia.

—¿Quién?

—¿Renée Dubois? ¿Se siente bien, Stacey?

Oh. Hasta aquí llegó mi vida.

—Sí, sí. ¿Ahora? ¿Renée me necesita ahora?

—¡Pues claro! —exclamó, agitando las manos—. ¡Parece no haber ningún respeto por el arte del deporte en esta institución! Siempre se llevan alumnas en mi hora. ¿Le pasará eso a los profesores de Álgebra? Lo dudo. Y, sin embargo, lo que los mantendrá vivos es correr, no esas ecuaciones.

—Entonces debería quedarme aquí...

—¿Para que luego deba explicarle a la doctora por qué no la envié cuando lo pidió? No, gracias. Esa mujer es capaz de decir que estoy deprimida sólo por eso. —Bufó—. Vaya ahora antes de que se pregunte por qué tarda tanto y le diagnostique tres trastornos nuevos.

Asentí, reprimiendo una carcajada, y seguí a la rubia, quien caminaba tan rápido como si tuviera un cohete en el culo, fuera del gimnasio. Estuvimos en silencio hasta llegar al piso principal, donde estaba la oficina de Renée. Ni siquiera sabía por qué la chica me acompañaba.

—¿Puedo preguntarte algo? —habló para mi sorpresa.

—¿Eh?

—¿Eres amiga de Noah Tanner?

Frené en mis pasos. Giró a verme con sus grandes ojos llenos de vergüenza.

—No, ¿de dónde has sacado eso?

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora