Capítulo 51.

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SUPE QUE NO LO SOBREVIVIRÍA.

Apenas llegué a la sala de espera del hospital y vi a todos allí, supe que no había manera de que lo superara. Mi vida no estaba diseñada para superar la suya en años, no era posible que sucediera. El mundo era cruel, pero no podía serlo tanto.

Dando un vistazo a mi alrededor, pensé que no era así como debía ser. No se sentía bien, por lo que no lo estaba. Era una broma, o un mal momento que acabaría pronto. Una pesadilla de la que despertaría. Una prueba de nuestra fuerza que pasaríamos como una gripe; preocupante en el momento, pero olvidable en el futuro. Porque no dejaba consecuencias.

Dita estaba en la silla frente a mí, los ojos cerrados y auriculares en sus oídos. Cómo podía escuchar música en un momento así, jamás lo entendería. Al menos no estaba vomitando en el baño como diez minutos atrás. Sus padres estaban sentados a su lado, hablando en voz baja. La tranquilidad que demostraban me hacía sentir mejor. Su frente calmo ante la tempestad no era compartido por Veronica, quien parecía tener lágrimas para llenar un océano; o Papá, que rebotaba su pierna al igual que yo siempre hacía en uno de mis momentos de ansiedad. Habíamos dejado a Heather con Ares en la casa; ella se sentía mal y no quería esperar en el hospital. Por lo que había oído, mi abuela estaba en camino. Saber donde se encontraban todos me hacía sentir un poco mejor.

Aunque mi mente no estaba presente y sentía como si estuviera en un sueño, no enteramente consciente de mi cuerpo o lo que pasaba fuera de nuestra burbuja, parecía concentrarse en los detalles con agudeza; mis ojos convertidos en lupas de cosas inútiles. Como que el anillo que Dita tenía en su dedo anular era el mismo que uno de los nuevos que usaba Hunter, o que la madre de Dita se había comprado un perfume nuevo. ¿Por qué me concentraba en esas cosas? ¿Por qué pensaba en ello y no en el elefante en la habitación?

No fue hasta que Papá me sacudió del hombro que noté a la nueva persona yendo hacia nosotros.

—¡Olivia! —gritó mi abuela, como si no estuviéramos en un hospital en medio de la noche—. ¡Olivia, cariño!

Esperé a que acortara la distancia entre nosotras y la dejé abrazarme con fuerza que no sabía que poseía. Cerré los ojos, queriendo fundirme en su calidez.

Al separarse, tomó mi rostro entre sus manos y la fiereza de su mirada me impidió apartarla.

—Todo estará bien —aseguró—. Lo prometo. Todo estará bien.

Pensé en que los médicos nunca prometían a los familiares del herido, porque no podían decir cosas que no cumplirían. El mismo concepto debería ser aplicable entre familia.

Asentí imperceptiblemente. Me soltó el rostro y se sentó a mi lado, poniendo una mano sobre las mías en mi regazo. Comenzó a hablar con Papá y, a pesar de la cercanía, no terminaba de comprender las palabras. Como si estuviera bajo el agua y los sonidos fueran muy lejanos.

Llegó un momento en que no pude seguir soportando los murmullos, la blancura del lugar, la tranquilidad del resto. Me levanté de un tirón, arranqué los auriculares de Dita y conseguí que me acompañara fuera de allí.

Me contenté con una máquina de café en uno de los pasillos. No tenía ganas de uno pero, al contrario de la última vez que había estado en el hospital, no tenía ganas de quedarme quieta en el caos de mis pensamientos.

—Lo siento —susurró mientras esperábamos a que se hiciera mi café. Su voz, por primera vez en mucho tiempo, no sonaba suave. No tenía el toque de optimismo de siempre. Quise pedirle que dejara de hablar. No podía soportar oír a mi mejor amiga perdiendo la esperanza por primera vez en su vida—. Siento que todo esto es mi culpa.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora