Capítulo 57.

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NO VI A NOAH HASTA EL CUARTO PERÍODO DEL LUNES.

Cuando entré al salón de Álgebra unos unos segundos antes de que el timbre tocara, dos cabezas se alzaron en mi dirección. Noah, por el medio; Dita, por el fondo. Dudé por un momento, evaluando mis opciones. Cuando entró el profesor empujándome, caminé sin pensarlo y me senté junto al mal menor: Dita, de quien ya me había sentado cerca en la primera hora. Y quien no me estaba asesinando con la mirada como otro.

—Hola —dijo Dita, casi con timidez.

Saqué mis cosas de la mochila, pero sabía que no prestaría atención en toda la hora. Ni siquiera aunque estuviéramos haciendo las revisiones para el examen final.

—¿Quieres ir a la biblioteca en el almuerzo? —volvió a intentar—. Podemos estudiar. Como antes.

—No, gracias.

—¿Quieres venir a mi casa después de clases? Está algo...desordenada, pero mi mamá me dejará.

—No, gracias.

—Podemos ir al parque —ofreció. La vi por el rabillo del ojo—. Ver flores, pintar, tú puedes escribir... Como antes.

En esa primavera no habíamos podido hacer nuestra rutina de tardes en el parque. No nos quedaba demasiado tiempo.

—No lo sé.

Sonrió como si hubiera exclamado un "sí". No hablamos por el resto de la clase—no por falta de intentos de su parte. No pude ni obligarme a decirle adiós al final de esta.

Cuando llegó el almuerzo, Dita me estaba esperando a la salida de mi clase. Me siguió sin palabra al patio, donde Matt ya nos estaba esperando en el suelo—en la única parte con sombra—junto a Heather. Quinn y Noah llegaron poco después.

Hubo una discusión de cinco minutos sobre quién iría a comprar la comida de todos. Acabaron votando, porque el universo me odiaba, que fuéramos Noah y yo.

—Yo no como —me quejé de inmediato—. ¿Por qué iría?

—Porque lo hemos votado—respondió Quinn con una sonrisa gigante.

Algún día la mataría.

—No me importa.

—¿Quieres que vaya yo? —preguntó Dita con delicadeza.

—No, así no es democrático —se entrometió Heather.

Desde que había comenzado a almorzar con nosotros, solo hablaba para quejarse o para decir algo que podría perjudicar al resto.

—Vamos, son solo dos pisos que tienes que subir —animó Quinn con demasiada alegría.

Tragándome un suspiro, me paré. Estuvieron unos minutos más para decidir qué querían comer. Acabé anotando todo en mi celular para no olvidarlo. Luego de que nos dieran el dinero para comprar, salimos del patio.

Los pasillos no estaban muy llenos, aunque había una diferencia con la semana anterior; esta vez, había algunas personas estudiando en grupos en el suelo, otros se podían ver dentro de los salones vacíos al asomarse por las ventanas pequeñas de las puertas.

Sentí una punzada de nostalgia en mi estómago, sabiendo que era de las últimas veces que viviría la magia—o maldición—que era Magni Electi en época de exámenes.

Noah se adelantó tanto a mí como si tuviera una enfermedad contagiosa. Llegó con unos buenos segundos de ventaja al entrepiso, y para cuando me paré a su lado frente al carro de comida, él ya estaba pidiendo parte de los almuerzos de los inútiles de nuestros amigos.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora