LLEVABA UNOS QUINCE MINUTOS CONTEMPLANDO EL SUICIDIO CUANDO ENTRÓ MI ABUELA.
Pudo ver gracias a la luz que se colaba del pasillo que estaba despierta, así que solo señaló el reloj de su muñeca y se fue sin decir palabra.
No sabía si me asustaba más ir a terapia o despertar a Noah.
Moví su mano de mi cintura con mucho cuidado y salí de la cama en puntas de pie. A pesar de que habíamos dormido en puntas separadas—yo tan al borde de mi lado que era una sorpresa no haber caído—, él había encontrado la manera de aplastarme con su cuerpo.
Fui a mi clóset para tomar ropa, evitando el espejo como si tuviera grabado lo que había pasado la noche anterior. Estaba tomando ropa interior de uno de los cajones cuando oí el bostezo de Noah, causando que saltara en mi lugar del miedo. Comencé a pasar una mano por mi ropa con prisa. ¿Cómo se me había ocurrido hacer eso con él? Me había prometido que no dejaría que nuestros besos pasaran a más, jamás. Me había prometido que ni siquiera habría besos.
—¿Qué haces? —preguntó, su voz somnolienta.
Ay, Dios.
Entrecerré los ojos para poder distinguir la ropa en la oscuridad y acabé tomando los primeros jeans y camiseta que encontré, sin ganas de vestirme bien a las diez de la mañana—que para mí era madrugar. Los jeans eran de los más grandes que tenía, tanto que debía hacerle mil vueltas para que no se me cayeran, pero quería salir de allí con tanta urgencia que no me puse a buscar otra cosa. Hice un bollo con mis cosas y salí de mi cuarto sin responderle o verlo al menos.
No era culpa de Noah, era mi vergüenza la que me pedía a gritos que actuara como si no existiera. No era lo suficientemente valiente como para no hacerle caso.
Luego de una ducha rápida, me puse corrector para intentar tapar mis gigantescas ojeras, pero ni todo el maquillaje del mundo podría disfrazar lo muerta que me veía, cortesía de haber dormido poco y nada por haber analizado cada segundo con Noah la noche anterior. Con un suspiro gigante, fui a mi cuarto a tomar mi cárdigan rojo favorito y mis borcegos. Noah, aún acostado en mi cama, me envió una mirada inquisitiva, que ignoré.
Ya con un café en mano y sentada en la isla de la cocina, cerré los ojos, intentando poner mi mente en blanco. Quizás si seguía ignorando a Noah se rendiría y podría pretender que jamás había existido. Debía pensar que era una idiota infantil, virgen de espíritu que no podía ni actuar como si lo que habíamos hecho fuera normal. Sobre todo con lo poco que había necesitado para llevarme al orgasmo, y lo rápido. Apreté los ojos con más fuerza. Ojalá me pisara un auto al salir.
O, si tenía mucha suerte, lo que había pasado había sido un sueño y solo estaba muy confundida.
—Te ves como la mierda —dijo mi abuela, haciendo que abriera mis ojos de par en par.
Estaba parada a mi lado, tan perfumada y vestida como si fuera a una gala, como siempre. Era una mujer que jamás en su vida había tenido un pelo fuera de lugar.
—¿Tú puedes decir insultos y yo no?
—Yo tengo cincuenta años, amor.
Fruncí el ceño.
—¿Cincuenta? Pero si tienes...
—Sin. Cuenta —remarcó—. Soy demasiado importante para rebajarme a un número.
Asentí como si tuviera toda la razón y volví a mi café. Luego de hacerse un té, se sentó a mi lado. Unos minutos después apareció Noah, por lo que mi abuela se paró a hacerle un café a pesar de sus quejas y quedé sintiéndome desprotegida frente a él. Clavé la vista en mi taza, pretendiendo no oír la conversación entre mi abuela y Noah sobre cómo habíamos dormido.
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El Manuscrito (#1)
Teen Fiction/PRIMER LIBRO/ COMPLETO ¿Cuál es el colmo de una escritora de romance? No saber qué es el amor. Olivia Stacey está decidida a aprender. El abandono de su padre y el deber cuidar de su deprimida madre ponen en marcha su resolución. Necesita crear un...