Capítulo 29.

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DESPERTÉ DE UN SOBRESALTO.

Había tenido una pesadilla. Nada profundo, nada que me hiciera gritar o algo más que esa sensación de terror que me hizo abrir los ojos de golpe. El señor Darcy y Tom Riddle torturándome haciéndome comer tacos hasta explotar no era tan horrible después de todo. Me descolocó lo suficiente como para que me tomara unos segundos recordar que estaba en el cuarto de Quinn, y unos pocos más ser consciente del cuerpo sobre el que estaba acostada.

Mierda.

Tenía una pierna subida al torso de Noah y mi cabeza en su pecho. Él había rodado en algún momento y acabó ocupando casi toda mi almohada y espacio, haciendo que quedara tan al borde de la cama que me sorprendió no haber caído, aunque quizás fueron las manos de Noah—una rodeando mi cintura, otra doblada bajo mi nuca—las que lo impidieron.

Alcé mi cabeza lo suficiente para ver sobre su cuerpo, acostado de lado, y corrí su mano de debajo de mí. Pude comprobar que había tanto espacio libre en el resto de la cama como para que se metiera el pueblo entero.

¿Y Quinn? Desaparecida.

—Tanner —murmuré luego de un bostezo—. Tanner, córrete.

Siguió durmiendo pacíficamente.

Bostecé otra vez, segura de haber dormido dos horas. La noche anterior habíamos visto unas dos películas luego de Orgullo y Prejuicio, y sentía que me había pasado un tren por encima gracias a lo tarde que habíamos acabado durmiendo.

Apoyé la cabeza en mi ahora pequeñísimo espacio libre en la almohada y me di unos segundos para ver a Noah, quien parecía más indefenso que nunca, incluso luego de haberlo tenido llorando en mis brazos. Tenía una ligera sonrisa, lo que decía que debía estar soñando algo agradable. O quizás estaba despierto y se estaba riendo de mí. Su cabello era un desastre y mis manos ardían por acomodarlo un poco. Admiré su perfil por unos segundos, algo celosa de que pudiera lucir tan bien incluso durmiendo. Muchas veces me habían dicho que me convertía en un demonio al dormir, con cabello por todos lados, boca medio abierta e incluso ocasionales lágrimas o risas, dependiendo de qué soñaba. El único problema de Noah parecía ser moverse de una punta de la cama a la otra.

Me acomodé el cabello como pude, bajé mi pierna de su cuerpo y me acerqué a su oído.

—¡Tanner! —grité a todo pulmón.

Eso funcionó, aunque me di cuenta de que debería haber intentado algo más suave cuando se sentó de un golpe y me empujó fuera de la cama. Solté un pequeño chillido al aterrizar de espaldas al suelo, mis ojos cerrándose de dolor. Tardé un segundo recordar respirar a través del dolor agudo. Mi espalda definitivamente no estaba para golpes.

Me incorporé lo más rápido posible, presa de la vergüenza, y subí aún encorvada a la cama, con las mejillas tan rojas que sentía que me estaba prendiendo fuego. Me senté frente a Noah, lista para atacarlo a insultos. Se estaba refregando su ojo bueno, el otro ahora de un violeta y azul espantoso. Su labio no estaba en mejores condiciones.

—¿Qué mierda tienes en la cabeza? —Su voz era ocho octavas más grave de lo normal. Madre mía—. No puedes despertar a alguien así.

—¡Estabas ocupando todo mi espacio!

Se tomó su tiempo bostezando, lo que fue más tierno de lo que un bostezo debía ser, de lo que Noah había sido en su vida. Se recostó otra vez y me paré al notar que no diría nada, con otra puntada en la espalda que me hizo contemplar realizar un crimen.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora