Capítulo 61.

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EL VIERNES POR LA NOCHE, DITA FUE A MI CASA PARA LUEGO IR A LA DE QUINN.

Ir a una fiesta con mis compañeros de año entraba en la lista de los peores escenarios posibles, pero Quinn había estado tan emocionada por hacerlo que no nos habíamos podido negar. Además, sería una de las últimas fiestas de toda la secundaria—con la otra y única siendo la de graduación—, así que quizás lo apreciaría en un futuro.

—¡Afrodita! —exclamó Veronica cuando pasamos por la sala de estar. Se incorporó en el sofá con una sonrisa—. No sabía que vendrías. Hace mucho que no te vemos.

Hablaba en plural, como si mi padre sentado a su lado tuviera el mínimo interés en ello.

—Sí, es que con los exámenes...

—Vamos a salir más tarde —intervine con brusquedad. Cuando Dita se ponía a conversar con un adulto, solía convertirse en una charla de tres horas como si fueran viejos amigos.

—¿A dónde? —preguntó mi padre.

Arqueé una ceja. ¿Desde cuándo le importaba?

Afuera.

—¿Dónde?

—A una fiesta —dije a regañadientes.

—No.

—¡Heather también va!

La idiota probablemente ya estaba vestida y maquillada arriba, dejándome a mí el trabajo de luchar por el permiso.

—¿He preguntado si Heather va? No.

—¡Pero...!

—Déjala —pidió Veronica con voz dulce, poniendo una mano sobre la de mi padre—. Le hará bien.

Él abandonó su intento de intimidarme con la mirada en favor de voltear a ver a su esposa. Pasaron unos segundos donde solo el sonido de la película que estaban viendo llenó el silencio, hasta que al fin dijo:

—Nada de beber. O drogas. O el Noah ese. O el Matt. Nada de chicos.

Estuvo en la punta de mi lengua decirle que aún tenía a las chicas, entonces.

—¿Desde cuándo? —respondí, siguiéndole el juego.

—Desde ahora.

—Claro, lo que tú digas. Nos vemos.

Tomé a Dita por la muñeca y prácticamente la arrastré hasta las escaleras. Cuando entramos a mi cuarto, sentí el inicio de un dolor de cabeza importante.

—¿Qué se supone que haces? —le pregunté a Heather.

Ella saltó en su lugar y la ropa—mi ropa—que estaba sujetando cayó al suelo.

—¡No puedes entrar así! —chilló al darse vuelta a verme—. ¡Con tanto silencio! 

Me crucé de brazos.

—Estás en mi cuarto desordenando mi ropa.

—Por favor, como si hubiera estado ordenada en primer lugar.

Eso era cierto. Era posible que el suelo se hubiera convertido en mi nuevo armario en las últimas semanas, al no sentir la energía necesaria para ser cuidadosa con mis cosas.

Dita se desplomó en mi cama, abrazando el bolso que traía contra el pecho. Ares apareció de debajo de la cama y saltó sobre ella.

—¿No podemos decirle a Quinn que estamos enfermas? —Dita suspiró.

—¿No quieres ir? —preguntó Heather, sentándose a su lado—. ¿Desde cuándo no te gustan estas cosas?

La respuesta estaba palpable en el aire, cada vez más tenso. Carraspeando, me acerqué a mi ropa.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora