ESTABA EN MI PERÍODO, LO QUE ME AYUDABA A EXPLICAR MUCHAS COSAS.
En realidad no significaba nada, solo me gustaba culpar mi estado desastroso de tantas emociones en ello—aunque sabía perfectamente que no funcionaba así—, y también usarlo como excusa para saltearme tres días seguidos de escuela. Había logrado que mi abuela llamara diciendo que estaba enferma e incluso había faltado a mi sesión de terapia del miércoles. No debería haberlo hecho, sobre todo considerando que sí necesitaba la ayuda, pero la mera idea de salir de mi cama me dolía casi tanto como el vientre.
Mis períodos siempre eran masacres, como si realmente me quisiera castigar por no estar embarazada. Como no me gustaba tomar medicamentos, tenía que pasar el dolor al natural. Eso significaba no poder moverme sin sentir que me estaban clavando miles de agujas por dentro, además de mi estado de profunda irritabilidad en el que me ponía estar siendo torturada. Lo normal.
La noche del miércoles, luego de la cena, mi abuela apareció en mi cuarto ya con su camisón típico de anciana puesto. Pausé la serie que estaba viendo y solté un quejido de dolor—solo un poco exagerado—para que pensara que estaba en mi lecho de muerte y me dejara faltar a la escuela al día siguiente.
—Tienes visitas —dijo, ignorando mi inminente muerte—. Son las diez de la noche, ¿no puedes poner horarios razonables para tus amigos? Esta es una casa de familia.
—No he invitado a nadie.
No había hablado con nadie desde la fiesta de Quinn. Ni un mensaje, ni siquiera un simple "estoy viva". Solo quería desaparecer y que todos se convencieran de que mi existencia había sido un experimento social ya caducado.
—Está Afrodita. —Abrió más la puerta antes de que pudiera reaccionar.
Y allí estaba Dita, sin su sonrisa de siempre. Lucía bastante enojada, por lo que mi mejor opción fue subir las sábanas hasta mi nariz como si me pudieran ocultar.
—Idiota —soltó ella apenas mi abuela se fue—. ¿Piensas que es gracioso desaparecer así como así? No lo es. Para nada, ni un poco. Nadie rio ni por un segundo.
—Bueno.
—¿Bueno? ¿¡Bueno?! —exclamó, lanzando las manos al aire—. No te dignaste ni en avisarme a mí que desaparecerías. Pensé que te habían secuestrado, que te habías muerto, que estabas presa, que te habías mudado a la otra punta del mundo...¡Y aquí estás, viendo una película!
—Es una serie. —Tosí un poco—. Y estoy enferma.
Se acercó a los pies de la cama, arrugando la nariz.
—He tenido que hablar con Noah, ¡Noah! He tenido que estar con él y Matt en el mismo auto por diez minutos. He tenido que convencer a mis padres de que me dejaran venir. He tenido que convencer a tu abuela de que nos dejara pasar. ¡Y todo para encontrarte aquí, viva!
—¿Habrías preferido encontrarme muerta? Porque lo puedo arreglar. —Suspiré exageradamente. Luego solté un grito ahogado al procesar todo—. ¡¿Que los dejara pasar?! ¡¿Plural?!
—Noah y Matt están en la sala de estar. Tienen problemas para...pasar por el control de tu abuela.
Me senté de golpe, causando que un dolor punzante me atravesara el alma.
—¿Por qué están aquí? —susurré, como si ellos tuvieran oídos biónicos para entenderme desde la sala de estar.
—Porque sí. —Se sentó en la cama y tiró de mis mantas—. ¿Se puede saber qué ha pasado para que estés así?
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El Manuscrito (#1)
Teen Fiction/PRIMER LIBRO/ COMPLETO ¿Cuál es el colmo de una escritora de romance? No saber qué es el amor. Olivia Stacey está decidida a aprender. El abandono de su padre y el deber cuidar de su deprimida madre ponen en marcha su resolución. Necesita crear un...