Capítulo 35.

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LLOVÍA TANTO QUE TRANQUILAMENTE PODRÍA HABER SALIDO A NADAR POR LA CALLE.

Generalmente podía apreciar la lluvia, pero no un día de semana cuando sabía que a la mañana siguiente el camino estaría embarrado y llegar a la escuela sería un sufrimiento. Además, sentía que no la podía aprovechar del todo. La lluvia existía para dormir todo el día o ver películas, no para estudiar.

Dos días después de aquel extraño sábado, mi hermano se dignó a mover su culo de regreso a Edvey. Apenas cruzó el umbral de la entrada, dejé mi trabajo de Filosofía—que en realidad tenía que hacer con Matt, pero me había pagado para que lo terminara yo—a un lado y salté sobre él con miles de preguntas.

—¿Cálmate, quieres? —se quejó, apartándome con un aleteo de manos—. No entiendo por qué exageras tanto.

Dejó su paraguas en medio del pasillo, colgó su abrigo—tan empapado como el resto de él—del gancho detrás de la puerta y pasó por mi lado como si no le importara mojar todo en su camino.

—Quizás si me hubieras dicho al menos una palabra en dos días...

Entró a la cocina, donde se encontraba mi abuela leyendo un libro mientras revolvía una cacerola, lentes puestos y ojos entrecerrados del esfuerzo. Alzó la vista cuando nos oyó entrar e hizo una mueca de disgusto.

—No avisaste que vendrías —dijo—. Ahora tendré que hacer más salsa.

—Siempre me siento tan querido en esta casa —dramatizó Hunter.

—Ve a cambiarte, no te quiero mojando todo. A menos que limpies tú. —Alzó una ceja, retándolo a aceptar.

Él negó con la cabeza y se acercó a dejarle un beso en la mejilla.

—Me voy.

Lo seguí a su cuarto como una mosca. Se quitó su sudadera y camiseta y comenzó a rebuscar en su clóset.

—¿Piensas hablarme? —Me harté de su silencio.

—¿Me puedes dejar llegar? No me voy a ningún lado, tenemos todo el tiempo del mundo para hablar.

Sonaba como mi madre cuando aún salía a trabajar y, apenas regresaba a casa, la atacaba a quejas sobre mi hermano. ¿Me convertiría en eso a los diecinueve años? Qué horror.

—Te he dado dos días. Solo quiero saber...cómo estás.

Rio burlón.

—Bien, gracias. Ahora vete.

Cuando se sacó los jeans, me fui con un resoplido.

Estaba tan aburrida con mi vida que mi mejor opción era molestar a Hunter por detalles de la suya—a ese punto había llegado—, específicamente sobre Julian. Sabía por cómo me había evadido que era un tema sensible para él, lo que de por sí me decía mucho. Hunter no era una persona seria, que tuviera temas delicados o profundidad en su personalidad. A veces me preguntaba genuinamente si tenía cerebro siquiera.

Me senté contra la pared al lado del baño, sabiendo que intentaría huir allí. Predeciblemente, salió de su cuarto solo en boxers y con ropa nueva en mano. Luego de luchar con mis piernas, logró pasar al baño. No tardé en oír la ducha. Como mi hermano también era una persona bastante cuestionable, la ducha se apagó unos cinco minutos después. ¿Cómo hacía tan rápido? Me levanté con un quejido por mi usual dolor de espalda y toqué la puerta.

—¡Vete a la mierda! —gritó desde dentro.

—¿Estás presentable?

Abrió la puerta de un tirón y no me caí al suelo de casualidad. Solo tenía puestos unos pantalones de chándal y el cabello tapando su frente. Sinceramente, me asustaba el mal gusto que tenía mi mejor amiga.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora