Capítulo 41.

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NOAH:

—Así que la cagaste —dictaminó Quinn apenas terminé mi relato.

—No lo pondría así.

—La rechazaste y ahora no te puede ver a los ojos. ¿Qué otra manera hay?

—¿Me obligaste a contarte solo para culparme de todo?

—No es tu culpa haberla rechazado, porque tienes el derecho a hacerlo, pero...no lo sé. Ha pasado una semana y no has intentado arreglarlo.

—¿Por qué arreglaría algo que yo no arruiné?

Bebió de su café y volteó, lista para explicarme los misterios de la mente de Olivia Stacey.

—Ella no te hablará hasta que tú no lo hagas, ¿no entiendes lo humillada que se debe sentir? Sin contar que es más orgullosa que Sofía incluso. —Resopló—. Mira, mañana es su cumpleaños. Deberías intentarlo al menos, quizás esté de buen humor.

—No me disculparé hasta que ella no lo haga.

—Entonces nunca más volverán a hablar. Tu pérdida.

Me recosté en su cama y clavé la vista en el techo con fastidio. ¿Me tenía que disculpar? No. ¿Se tenía que disculpar ella? Quizás. ¿Cómo lo resolvíamos? ¿Por qué ambos teníamos que ser tan orgullosos?

—No me importa. Me puedo follar a cualquier otra persona que quiera.

Soltó una carcajada.

—Ignoraré tu ego por hoy. Si no te importara, no estarías de tan mal humor desde el viernes. Y si te pudieras follar a cualquier persona sin seguir pensando en ella —volvió a reír, burlona—, no estarías de mal humor desde mayo.

Se acostó a mi lado y prendió la televisión. Buscó entre las películas hasta que se decidió por Orgullo y Prejuicio.

¿Otra vez? —me quejé.

—Parece que necesitas refrescar la memoria.

Subió el volumen, sonriendo como si fuera una mente maestra. Poco sabía que no hacía mucho había leído el libro como si fuera un manual para mi vida. Mientras ella veía la película, saqué mi libro del día y comencé a leer. No pude pasar ni dos párrafos sin que mis pensamientos se desviaran.

Quizás que Olivia no me hablara era lo mejor. Quizás con el tiempo la podría olvidar de una vez por todas y recuperar mi mente.

¿Pero cómo podría después de esa noche en mi casa? Incluso la mañana distante había significado un cambio en mi vida. Mi madre hacía un intento por saber de mí, interés que había dado por perdido hacía años. Como si tener novia hiciera que ahora mereciera la pena conocerme.

Mi padre era un caso perdido, pero al menos sus noches fuera se habían vuelto más frecuentes que las que pasaba en la casa. Eso me daba más movilidad y libertad de horarios, y más vida a mi madre. Que la escuela hubiera al fin empezado el atrasado receso invernal—o adelantado receso primaveral—ayudaba. Las cosas parecían mejorar, aunque no era estúpido para creer que se mantendrían así.

—Mira, mira. —Quinn me palmeó el brazo—. Eso tienes que hacer.

Era la escena donde Darcy se confesaba a Elizabeth bajo la lluvia.

—Ya lo hice; no funciona. Ni siquiera en la película funciona.

Pausó y se incorporó sobre un codo, viéndome boquiabierta.

—¿Cómo que ya lo hiciste?

—¿Decir que la odio porque la deseo bajo la lluvia? Típica. Fue lo último que le dije antes de nuestro...receso.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora