Capítulo 58.

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SABÍA QUE DEBÍA ARREGLAR LAS COSAS CON AFRODITA.

Era lo que necesitaba con más urgencia que nada, por lo que al otro día en la escuela dejé mi estúpido orgullo a un lado y la busqué al final del día. Estaba en el aparcamiento, a punto de subirse a su auto. Corrí, empujando bruscamente a quienes se metían en el camino, hasta que llegué a su lado y la tomé por el brazo antes de que pudiera irse.

—¡Dios, Olivia! —chilló al darse vuelta—. Pensé que me secuestrarían o algo...

—Estamos en la escuela.

—¿Qué quieres? —Cerró la puerta de un golpe.

La solté para acomodarme la mochila a la espalda, carraspeando. Que quisiera disculparme no significaba que me saldría.

—¿Podemos hablar?

—¿Para que me puedas seguir echando en cara lo mala amiga que soy? No, gracias.

—Nunca he hecho eso.

Pasó su peso de un pie a otro con exasperación. Nos quedamos un largo momento en silencio, hasta que volvió a abrir la puerta del auto. Mi rostro cayó.

—¿Piensas entrar o no? —preguntó de mala manera, sentándose en su lugar.

Casi sonriendo, rodeé el auto y me senté a su lado.

Sin hablar, condujo al parque. Caminamos hasta encontrar un hueco libre a la sombra de un árbol. Nos sentamos en el césped una frente a la otra, de piernas cruzadas.

—No eres mala amiga —comencé, directo al grano—. En lo absoluto. Pero yo sí. Lo siento.

—¿Por qué?

Comencé a arrancar trozos de césped con nervios. Ella estaba perfectamente recta, su rostro inexpresivo. Sentía que estaba en la oficina de Beatriz disculpándome por romper una regla.

—Sé que no tienes otra opción que mudarte. Bueno, en realidad sí. No, no quise decir eso —agregué rápidamente—. Sé que no podrías vivir tan lejos de tu familia, lo siento. Solo... No lo sé. No estoy enojada porque te vas. No tendría sentido. Pero que no me lo hayas contado por todo un año...

—Tenía miedo.

—Lo sé, y también sé que eso es mi culpa. ¿Qué tipo de amiga soy si te da miedo contarme algo tan grande? Lo veo, ahora. Lo mal que actúo...que actué. Así que...eh, bueno. —Tomé otro trozo de césped, este más grande, y me quedé viendo cómo se pegaba a mi mano—. No soy buena con estas cosas, pero lo siento. Solo eso quería decir.

Cerré mis ojos con dolor por un instante. ¿Por qué tenía que ser tan incómoda?

—Está bien. Yo también lo siento. Por haberlo ocultado y por haber dicho que te odiaba.

—Nunca...

—No estabas allí, pero lo dije.

Mi boca se abrió con un insonoro "ah".

—Bueno, yo también.

Soltó una risita que me hizo sonreír. Lucía mejor que el sábado, aunque no habían pasado muchos días. Era extraño que hubiéramos perdido a la misma persona y, en vez de unirnos, nos sentía más distanciadas que nunca. Y no solo por la pelea.

Era horrible cómo todo había cambiado tan rápido. Sentía el mismo vacío con ella que con Noah, como si hubiéramos cambiado en algún momento y no supiéramos volver atrás. No creía que pudiéramos.

—¿Estás llorando? —preguntó, inclinándose un poco.

—No. —Me sequé la lágrima solitaria—. Es el viento.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora