Capítulo 25

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8 de noviembre de 2021, Colegio La Cabaña, Madrid, 8:28 a.m.

Mimi

Llegué al colegio algo más temprano que de costumbre, aquel día había salido a correr muy temprano y estaba más activa que de costumbre. Así que aproveché esa energía para avanzar faena en el colegio, o esa era la respuesta que me había querido dar a mi misma.

El proyecto que iniciamos en setiembre seguía evolucionando y aquel lunes, a diferencia del resto, no íbamos a visitar el metro cuadrado. El miércoles anterior, un grupo de alumnos había encontrado unas huellas alrededor de la estructura e iniciamos una investigación entorno a estas.

Tal fue el entusiasmo que generó la investigación que un padre se ofreció a ayudarnos, ya que trabajaba como forestal en el mismo bosque donde nosotros desarrollábamos el proyecto. Así que con la colaboración de Youssuf preparamos un taller para encaminar un poco nuestra investigación y descubrir con más detalle la fauna que convivía con nuestro metro cuadrado de bosque.

Aunque, ¿a quién quería engañar? El motivo real por el que esa mañana llegué más temprano que de costumbre al colegio era porque estaba nerviosa. Era lunes lo que significaba que volvería a ver a Miriam. Había pensado mucho en ella los días anteriores y después de la forma en la que se fue, seguía intranquila. Apenas habíamos podido intercambiar cuatro mensajes por whatsapp a deshora y con todo el halo de misterio que envolvía el pasado de la rubia, aquella escapada me mantenía en alerta. 

En aquellos días de soledad me había dado cuenta de la magnitud de mis sentimientos y me sentía en cierto modo vulnerable. La última vez que sentí algo similar, no salí bien parada y, aunque me esforzara por no autoboicotearme, las inseguridades fueron mi compañía durante el fin de semana. 

El pasado y sus ruinas, el pasado y sus lastres. 

Los minutos que pasaron hasta que la rubia cruzó el umbral de la puerta se me antojaron eternos.

Pero finalmente sucedió. Se abrió la puerta y nuestras miradas se encontraron. Un cosquilleo recorría todo mi cuerpo con intensidad. El nervio se apoderó de todo mi ser. Trataba de escrutar en su mirada y actitud una señal de su estado de ánimo, de cómo quedaba todo tras aquel fin de semana. Buscaba un gesto que saciara mi sed de respuestas. Segundos después, en sus labios se dibujó una tímida sonrisa que borró de un plumazo toda la tensión. Respiré aliviada. 

— ¿Cómo ha ido, rubia?—pregunté acercándome a ella fingiendo seguridad y calma.

—  Muy bien.-respondió con honestidad y un brillo especial en sus ojos.— Mi abuela se recuperó muy bien y el regreso a Galicia fue bien.-añadió recortando distancia entre ambas.

El aroma de su perfume me sacudió con violencia, sentía estar en una nube. Después todo el mar de dudas y naufragar alguna que otra vez, avistaba tierra. Lo que había entre ambas, lo que fuera que tuviéramos, seguía intacto. 

— Me alegro de que todo fuera bien, ¿hacía mucho que no subías?—pregunté acariciando el dorso de su mano.

— Desde que me vine a Madrid.—respondió sin perder el brillo de sus ojos que teñía de alegría su mirada.— Seis años.—matizó.

— Eso es mucho tiempo...—dije algo sorprendida.— Me alegra que haya ido bien la vuelta a casa.—añadí con una sonrisa, no podía borrar la sonrisa de mis labios.

Asintió sin profundizar en detalles aunque sin perder esa energía tan bonita que llevaba consigo aquel día. Ya no había un silencio incómodo ni muecas pensativas tras las preguntas sobre su tierra. Ya no había ese halo de tristeza que siempre envolvía de una forma u otra a la gallega. Ya no quedaba ni rastro de eso. Estaba radiante, tan solo había espacio para la luz que emanaba, una luz cálida que dejaba intuir libertad.

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