Capítulo 31

1.2K 97 82
                                    

Miriam

Su mano trepó por mi torso hasta alcanzar mi mandíbula y sostenerla con firmeza, para dar pie a la mismísima guerra. Atacó mi boca con fiereza, derribando en un segundo todo tipo de defensa. La suavidad de su lengua acariciando la mía, la delicadeza en que nuestros labios se reconocían y bailaban al compás una bachata de lo más sensual, como si hubieran sido creados para ello. 

Mientras nos fundíamos la una en la otra en un huracán de besos húmedors, su mano izquierda presionó uno de mis glúteos, pegándome más a ella. Entre nosotras no cabía ni una partícula de aire. Unidas como si fuéramos un mismo cuerpo, dio un paso hacia adelante, lo que suponía que yo retrocediera uno, pero lo hizo con tanto ímpetu que mi espalda chocó contra la pared con más intensidad de la esperada.

—Perdón, perdón —se separó rápidamente, saliendo de aquella atmósfera de sensualidad y pasión descontrolada en la que nos habíamos sumergido, abandonando aquella Mimi reconvertida en ave rapaz para dejar ver su versión más dulce. —¿Estás bien? —acunó mi cara entre sus manos con un gesto de preocupación.

Sonreí y asentí sonriente, ¿Cómo podía alguien pasar en cuestión de segundos de diosa del sexo a ser el ser humano más dulce del Planeta? Sí, estaba encoñadísima.

Acerqué mi rostro al suyo, retomando la que se había convertido en mi ruta favorita, aquella en la que el destino eran sus labios. Aquel sinuoso sendero al que me adentraba a ciegas, pero en el que lograba verlo todo con suma nitidez. Y me perdía. Por supuesto que me perdía. Pero es que incluso perderme era ganar, así que perdía con alevosía. Me dejaba perder porque en aquella pérdida, ganaba. 

No nos costó reencontrar el punto en el que nos encontrábamos antes de que la pared catalizara nuestra atención. No nos hacía falta mucho para enredarnos en aquellas aguas rápidas y tempestivas que se desataban cuando pasábamos del primer beso. Pero es que aquella noche nos faltaron menos motivos que de costumbre para dejarnos enredar, había sido un día demasiado intenso como para resistirnos a lo que llevábamos rato deseando.

Nada más cruzar la puerta de entrada del piso de Mimi todo aquel tira y afloja se acabó, materializamos el deseo y las ganas acumuladas. Nos acariciábamos sobre la ropa, impacientes. Una ropa que a medida que pasaban los minutos fue formando un mosaico en el suelo. Era como las miguitas de pan de Hansel y Gretel, marcaba con exactitud el sendero que nuestros cuerpos acelerados hicieron hasta llegar a la habitación de la granadina.

Mordiscos en el lóbulo de la oreja, lametones por el cuello, caricias indiscretas en el contorno de nuestros pechos, besos húmedos por el vientre acompañados de miradas felinas. Sudor, gemidos, placer, mordiscos y fuego. Pero más allá de lo carnal y lo salvaje, había ese algo más. Ese brillo en los ojos cuando nuestras miradas chocaban, ese mimo metido en el tacto, esas ganas de que la otra disfrute y disfrutar juntas. Había un nosotras sin complejos, liberado.

29 de noviembre de 2021, Madrid, 5:03 p.m.

El frío azotaba Madrid sin piedad. Ya hacía unos días que la capital amanecía con una fina capa de hielo cubriendo el asfalto y las aceras, vestía de blanco los coches que pasaban la noche a la intemperie y dejaba alguna que otra estalactita colgada en las farolas. Llevaban semanas anunciando en la televisión que venían una masa de aire frío del ártico, venían días duros y el murmullo de una posible Filomena se hacía eco en las conversaciones de bar. 

—Mercedes, somos nosotras —respondió Mimi poco segundos después de pulsar el botón del telefonillo.

La mujer no respondió, directamente abrió la puerta que Mimi empujó. Se frotó las manos intentando entrar en calor. Rodeé su cintura con un brazo y la apreté contra mi cuerpo.

Que hablenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora