Capítulo 35

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30 de diciembre de 2021, Mercado municipal de Pontedeume, Galicia, 9:04 a.m.

Los días pasaron y el efecto de aquel flash pareció desvanecerse. No volvimos a hablar de ello, la idea era olvidar, hacer como si aquello no hubiera pasado para intentar disfrutar de los días que nos quedaban en Galicia. Ya tendríamos tiempo de darnos cuenta de que acallar a la intuición no evitaba que esta llevara la razón.

Aquel frío jueves salimos al mercado con Sariña, que se empeñó en que saliéramos de casa, que tenía ganas de fardar de nieta y nieta política. Obviamente, Sariña sabía lo del flash. Tardé una tarde de café y pastas en contárselo.

25 de diciembre de 2021, Pontedeume, Galicia, 6:48 p.m.

¿Todo ben? preguntó alzando una ceja mientras acariciaba el vaso de su humeante café con leche recién hecho.

Tragué saliva, decidiendo en aquel silencio de cinco segundos si contarle o no que un flash nos había robado la calma, que había soltado un lastre para cargar con una presión que se aferraba a las costillas. No quería preocuparla pero necesitaba exteriorizar que no, no me encontraba bien, que todo lo de los últimos días se me estaba haciendo muy cuesta arriba, que aunque tenía claras mis prioridades, aquel acoso y derribo empezaba a hacer mella en mí.

No, no está todo bien avoa confesé doblando por enésima vez el papel que anteriormente había recubierto el azucarillo que mi abuela se había echado en el café. Anoche cuando fuimos a por licor café a tu casa alguien nos hizo una foto con flash, no logramos ver quién fue pero venía de casa de ... bueno, ya sabes suspiré, no quise pronunciar su nombre, sería ensuciarlo al mezclarlo con lo sucedido.

Apretó los labios y extendió su mano por encima de la mesa, atrapando la mía para acariciarla con ese calor que solo las abuelas son capaces de transmitir. Un calor que se me clavó en el pecho como un pellizco, un calor que derritió mi dique de contención y no pude evitar romperme. Pegué mi silla a la suya y en su pecho derramé toda la tensión acumulada. Ella se limitó a sostenerme y acariciar mi pelo, como cuando era niña. 

No lo negaré, estiré algún minuto de más en aquella posición pero es que sentía que allí estaba a salvo de todo lo que me acechaba desde hacía días. 

Aquella sobremesa que se juntó con la cena albergó una conversa profunda con Sariña. Una de esas que solíamos tener con frecuencia. Una de esas que sanaban. Sentí menos miedo tras hablar con ella.

30 de diciembre de 2021, Mercado municipal de Pontedeume, Galicia, 9:04 a.m.

—¡Buenos días, Sariña! —saludó Rosa, la encargada de la parada de la verdura, con amabilidad a la vez que nos escaneaba con la mirada, deteniéndose un par de segundos de más en nuestras manos entrelazadas. —¡Qué bien acompañada te veo hoy! —sonrió alzando las cejas queriendo sonsacar información.

—¿Verdad que sí? Con miña nena e súa novia Mimi, que han venido a pasar las fiestas a casa —explicó mi abuela con el orgullo hinchándole el pecho.

Mimi me miró divertida por la rápida y natural respuesta de mi abuela. Acaricié el dorso de su mano despacito, disfrutando del tacto suave de su piel. 

—¡Así me gusta, ver a las familias unidas por Navidad! —respondió Rosa apoyando los codos en la caja de los tomates. —¿Qué os pongo guapas? —preguntó echando mano de una bolsa de plástico verde botella.

—Pues mira, me pondrás medio quilo de judías frescas... 

Mientras mi abuela alternaba productos con anécdotas de los últimos días, Mimi jugueteaba con uno de mis anillos completamente distraída. Alcé la mirada a la multitud de gente que transitaba los pasillos del mercado municipal. Reconocía muchas cara conocidas, Eugenia, Ramón el panadero, Júlia la lechera con su nieta María, Guillermo y los chicos en el puesto del bareto y entre tanta gente, Paula. 

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