Capítulo 34

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24 de diciembre de 2021, Pontedeume, Galicia, 8:41 p.m.

Galicia fue nuestra burbuja, nuestro bote salvavidas, esa mano amiga que te sostiene y evita la caída por el precipicio. Y no. Aquello no era una hipérbole. Dadas las circunstancias, nos tuvimos que volver funambulistas para resistir.

A ciegas tratábamos de cruzar un puente que en realidad era una cuerda floja. Manteníamos el equilibrio, pero ¿hasta cuándo? Un mal paso, una duda o la fatiga de la presión, podían ser el detonante de una caída mortal. La línea entre el éxito o la muerte de nuestros sueños la marcaba esa cuerda que recorríamos con los pies descalzos y la respiración contenida.

Cruzábamos a ciegas un puente que parecía no tener fin. A cada paso que dábamos, más lejos sentíamos estar de tierra firme. Pero no. Recular no era una opción. Habíamos andado mucho, habíamos soñado demasiado alto para plantarnos y hacer un aterrizaje forzoso. Íbamos a ser la revancha de Ícaro. Volábamos a ras de sol, pero nuestras alas se iban a mantener firmes en el planeo. Esa vez, la cera no iba a deshacerse.

Éramos funambulistas o unas kamikazes cegadas por la fe ciega -y romántica- a una idea. A una forma de entender la vida. Éramos las que no pensaban dejar de defender incluso aunque sonara el pitido final.

Galicia fue nuestra burbuja durante unos días, fue la tregua que toda guerra concede. Fue esa ducha caliente que se torna sanadora después de un día de mierda.

-Mimi -me quejé siendo esa la queja menos queja de la historia. Ella, siendo consciente de ello, sonrió victoriosa y continuó recorriendo mi cuello con sus labios carnosos. -Mi familia al completo está a punto de llegar -pero un suspiro traicionero se escapó de mis labios, restándole firmeza a mis palabras.

La granadina continuó dejando por mi cuello toda una senda de abrasadores besos y mordiscos. Sus manos descendían por mi espalda sin reparo, sin disimular ni un poquito cuál era su destino final. Un mordisco, el firme agarre de sus manos sobre mi culo y un gemido ronco. Pero también el estridente sonido del timbre. Burbuja rota.

Antes de dar un paso atrás devolviéndome la respiración, dejó un suave beso sobre mi cuello que me erizó la piel. Suspiré con pesadez, tratando de recomponer mi ajetreada respiración. Ella sonreía satisfecha, apoyada sobre la mesa del que un día fue mi escritorio. Estaba arrebatadoramente guapa.

Un poco de base, el eyeliner, algo de colorete y un gloss en tono carmín. Su pelo perfectamente ondulado caía sobre sus hombros, resaltando un poco más el rojo burdeos de su jersey. Llevaba una minifalda negra con un delicado corte en el lateral derecho que dejaba a la vista una sección más de su esvelto muslo. A conjunto de la falda lucía sus inseparables botas negras que le cubrían hasta un poco más arriba de las rodillas.

Esa vez optó por un look algo más comedido para lo que era su estilo en ropa de fiesta. Cómo olvidar aquel disfraz de bruja para Halloween o aquel vestido blanco de la cena de inicio de curso. Pero la realidad era que daba igual lo que vistiera o cómo fuera de elaborado el maquillaje porque ella ya partía de una belleza casi insultante.

Su físico era increíble y no, no lo digo porque fuera mi novia, sino porque era objetivamente impresionante. Pero lo verdaderamente magnético residía en su personalidad. Esa cercanía, esa forma de tocar, hablar, mirar, caminar incluso. Eso era lo más atrayente de ella.

-¿¡QUIÉN ANDA AQUÍ!? -dijo una voz abriendo de par en par la puerta y dejándonos con el sobresalto en el pecho.

Tras la puerta estaba la única persona que podía abrir de aquella forma porque sabía que interrumpía, y es que ese era su objetivo, cotillear.

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