Capítulo 36

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2 de enero de 2022, Pontedeume, Galicia, 3:31 p.m.

Me acurruqué en el hueco entre su hombro y su cuello, acariciando su piel con mi nariz, empapándome del aroma a vainilla que emanaba. Sus brazos me envolvían y sujetaban con firmeza, dándome esa sensación de protección y estabilidad que tanto reconforta. En medio de aquel día lluvioso me sentí más en casa que nunca. Escuchaba a su corazón latir y sentí perder la noción del espacio-tiempo. 

Hay quien dice que cuando escuchas el latido de otra persona, el tuyo se sincroniza con este. Yo discrepo ligeramente con esto. Sospecho que el mío se sincronizó con el de Mimi antes incluso de escuchar su latido de tan cerca. Sospecho que fue en aquel primer encuentro, en aquel instante en que abrí la puerta del aula de cuarto y la descubrí a ella sentada en la silla de Marta. Sospecho que sucedió cuando ese aire del sur que nacía en su garganta viajó hasta mis oídos o cuando el verde oliva de sus ojos impactó sobre los míos con esa picardía que desarma. 

Lo que sí tenía claro era que estábamos sincronizadas, que nuestros pechos latían al mismo tiempo y era por eso que en ocasiones, sabía lo que le sucedía antes de que ella misma me lo contara. Era por eso que podía sentir su dolor como propio y era por eso que me miraba y me sentía en paz. 

También era por la comunicación, no os voy a engañar. Mimi y yo solíamos hablar mucho. A todas horas. Bueno, a todas no. Cuando desayunábamos no hablábamos, pero ¿Quién habla cuando desayuna? Es una regla no escrita, en los desayunos no se habla.

Hablando dicen que la gente se entiende y yo puedo corroboraros que es así. Hablando te ahorras malentendidos, tiranías y heridas. Te ahorras dolores de cabeza y grietas plurales que terminan por resquebrajarte en lo más profundo de tu ser. Hablar sana y evita guerras frías. Hablar, aunque cueste, aunque se forme un nudo en tu garganta que prácticamente te asfixie, hablar es un verbo hermanado con la libertad. Hablando expulsas de ti todo ese complejo maremágnum de sensaciones que te mantienen en otra galaxia, alejada de ti y alejada del resto. Hablar, por encima de todo, ese era nuestro pacto. La única condición que nos pusimos.

Era un día lluvioso, pero para mí aquel día el sol brilló con más fuerza que nunca. Aquel día no había nubes, ni grises, ni melancolías. Aquel día tan solo había luz. 

Aquel día llovió todo lo que habíamos cargado días, semanas, incluso meses atrás. 

El teléfono no paró de vibrar en todo el día. Recibimos mensajes y llamadas de todo el mundo, amigas y amigos, compañeras y compañeros, incluso de familias de alumnos. Entre ellos un audio de Mercedes y Miriam locas de contentas con la buena nueva de que a la vuelta, la pequeña se incorporaría al cole. 

También nos escribieron nuestras familias. A Mimi le llamó su madre y pude leerle las lágrimas menos saladas del mundo cuando regresó del jardín, dónde estuvo hablando más de una hora con su madre.

Pero sin duda, el mensaje que más sorprendió fue el de Ana que llegó a media tarde.

El teléfono de Mimi vibró sobre la mesa de café de madera clara y la pantalla se iluminó mostrando una nueva notificación. 

—Ahora que parecía que se había calmado un poco... —se quejó rebufando con hastío.

—Responde anda —susurré justo antes de dejar un beso escueto pero cariñoso en su mejilla izquierda. 

Bufó y alargó su brazo derecho hacia la mesa de café, atrapando el teléfono con sus dedos a desgana. Volvió a acurrucarse en mi pecho y entonces lo desbloqueó quedándose totalmente impactada con la notificación.

—Es... Es Ana —dijo girándose hacia mí totalmente sorprendida.

Fruncí el ceño, contrariada. La directora no se había puesto en contacto con ninguna de las dos durante todas las fiestas, incluso antes de que estas empezaran, después del encontronazo que tuvo con Mimi aquel último lunes, no había vuelto a dirigirnos la palabra. Por eso aquel mensaje nos pilló por sorpresa. 

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