Capítulo 37

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10 de enero de 2022, Colegio La Cabaña, Madrid, 8:51 a.m.

La vuelta a Madrid había sido mucho más amable de lo que pudimos imaginar cuando nos refugiamos en Galicia. La noticia de aquel dos de enero sirvió de bálsamo y todo parecía estar en calma. En una inquietante calma.

Las dos éramos cautelosas, sabíamos que el silencio de cierta morena de ojos verdes no era casual, ni tampoco un buen augurio. Y claro, intuición es el sentido oculto. Como todos los sentidos con su margen de error, pero aquella vez no iba a fallar.

Durante las vacaciones de Navidad tampoco os penséis que solo estuvimos de comidas, visitas a la familia y paseos por el pueblo que me vio crecer. Ni mucho menos. Hubo también muchos momentos de planificar y organizar el segundo trimestre, cerrar fases del proyecto e hilar la base de la obra de teatro que escenificarían los alumnos. Mimi trabajaba sobre la idea que tuvo Hiba tras leer el libro que su madre le compró un día en la librería de la estación de Atocha. 

El libro de titulaba "El hilo invisible" y abordaba los vínculos afectivos con la gente que nos rodea. La pequeña, en un excelso ejercicio de extrapolación, conectó la historia con el grupo y habló de cómo ella se sentía en el aula desde que empezó el curso. Aquella magnífica intervención propició un trabajo algo más profundo sobre las emociones y las relaciones interpersonales.

Aquel libro sirvió para unificar aún más un grupo de alumnas y alumnos que había cambiado significativamente desde setiembre. Tras tres meses de duro e intenso trabajo con Mimi los conflictos y la desmotivación habían disminuido considerablemente. Cada vez respondían mejor a las propuestas, cada vez había más compañerismo, cada vez estaban más implicados. Los apoyos se sostenían en un trabajo en grupo dinámico donde todo el mundo aportaba, pero también en una coordinación, evaluación y planificación exhaustiva. 

Por eso nunca dimos un paso atrás. Por eso la opción de renunciar a esos logros nunca fue ni una mera opción. No podíamos echar todo eso a bajo por miedo.

—Buenos días —golpeó suavemente la puerta con los nudillos y la entornó con una pequeña sonrisa en sus labios.

Ambas nos giramos nada más escuchar esa voz. 

—Buenas Alba —dijo Mimi confusa por la presencia de la jefa de estudios en el aula.

—Buenos días, Alba —dije casi a la par con una expresión similar a la de la granadina.

La rubia que anteriormente no había dudado en mirarnos con superioridad y desprecio, parecía venir en son de paz. En esa inquietante calma que todo el mundo parecía vestir a nuestro alrededor. Llevábamos demasiado pasado como para fiarnos de gente que no había vacilado en meter el dedo en la herida.

—Ana ya está en el despacho para la reunión —anunció acercándose a nosotras con una expresión algo más tensa. Suspiró como quien debate consigo mismo entre seguir manteniendo su habitual postura o dejar a un lado su orgullo. Por suerte, aquella mañana, Alba decidió lo segundo. —Creo que os debo una disculpas a ambas, por todo —dijo con solemnidad.

Aquella Alba distaba mucho de la que estábamos acostumbradas a ver. Era una Alba sincera y honesta, una Alba realmente transparente. Se produjo un momentáneo silencio cargado de tantas cosas... 

—Me dejé llevar por la vorágine, por el río de aguas rápidas que a veces puede ser este sitio —prosiguió. —Pero me equivoqué con vosotras, me equivoqué de lleno y me equivoqué incluso conmigo —añadió manteniendo aquel imponente baño de humildad.

No sabíamos muy bien qué responder. Aquello nos pilló de improvisto, aquel giro no lo vimos venir. Alba tendiendo puentes y haciendo autocrítica. Fue algo en su mirada, en su lenguaje no verbal, lo que me hizo entender que no había trampa ni cartón. No había dobles intenciones ni artimañas que pusieran en jaque toda ética profesional.

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