Capítulo 32

1.1K 94 81
                                    

Miriam

Miré a mis padres de reojo en un intento desesperado de adivinar lo que estaría pasando por su mente tras esas risas. Después de María, no volvieron a saber nada de mi vida sentimental. El dolor se encargó de dejar grandes silencios alrededor de ese tema que se tornó tabú, como si por no hablar de ello fuera a dolerme menos. Construí muros que me aislaron hasta de mí, bajo la excusa de protegerme, aunque tan solo evidenciaban una verdad aplastante: estaba rota y me negaba a asumirlo. 

En los últimos días me había nacido una necesidad que recorría mi mente sin descanso: compartir con alguien más que Noe y Mimi mi proceso. Aquello implicaba reconocer mis cicatrices y explicarlas a pecho descubierto, reconocer que no pude quedarme porque el dolor me paralizaba. Aquello implicaba exteriorizar esa parte de mí que reservaba para la noche y la soledad, aquella que tanto me costaba compartir porque había puesto mucho empeño en construirle una coraza a medida.

Estaba decidida a hacerlo. Pero sí, estaba tan decidida como acojonada.

Tras unos segundos de minucioso escrutinio, en el rostro de mis padres pude leer alivio. Puede intuir ese suspiro ligero que se te escapaba en medio de un abrazo de reencuentro, esa lágrima de emoción que se desliza por tu interior cuando en medio de un café con leche miras a tu alrededor y te sientes afortunada de estar rodeada de tu gente. 

En aquel alivio sentí que no hacía falta explicar mucho más, que aunque no les había dicho nada, ellos ya lo sabían todo. En su alivio, encontré el mío.

Dejé de contener la respiración. Estaba en casa.

-¿No vais a pasar o qué? -mi amiga me devolvió a la realidad con un tono que sonrojó un poco más a Mimi, que me miró mordiéndose el labio inferior presa de una timidez enternecedora.

-Mejor casi que entramos, ¿no? -se mordió el labio inferior la granadina con una expresión que bailaba entre la vergüenza y la felicidad.

-Sí, vamos porque queda raro que estemos aquí paradas mientras nos miran desde la puerta -una carcajada se coló entre mis labios ejerciendo de relajante muscular para la rubia. La coraza ya no tenía de dónde sostenerse, así que solo le quedaba caer.

Entrelacé su mano con la mía, deslizando despacio mis dedos por la palma de su mano, disfrutando de la caricia mientras colaba mis dedos entre los suyos. Me miró fugazmente, sorprendida por la aparición de aquella Miriam vestida de valentía y calma.

Con paso firme, avanzamos hacia la puerta. Por cada paso que daba, una imagen de mi metamorfosis se pasaba por mi mente como si fuera un vídeo resumen de aquellos últimos meses. A cada paso me sentía más segura, más fuerte, más yo otra vez, aunque diferente. Cuando nos situamos frente a ellos, mi madre me acogió con un cálido abrazo.

-Miña nena -susurró como quien vuelve a respirar después de segundos conteniendo la respiración, como quien avista territorio conocido cuando vuelve a casa.

-Nai... -me acurruqué en su cuello, alargando aquel abrazo unos segundos más de lo políticamente correcto.

Inspiré con necesidad el aroma del perfume de mi madre, me regocijé durante unos segundos de aquella sensación de hogar que emanaban sus brazos. Disfruté de aquel instante como se disfruta del primer helado de verano, sabiendo que aquello es tan solo el principio. El principio de mi segunda vida.

Mientras yo me sumergía en aquella satisfactoria sensación de retorno, Mimi saludaba cordialmente a mi padre y Noe bromeaba sobre al verla tan tensa.

-¿A mí también me vas a dar dos besos con esa carita de no haber roto ni un plato? -reía mi amiga intentando sacar a la rubia de aquel formalismo totalmente encorsetado por el nerviosismo. 

Que hablenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora