Capítulo 28

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10 de noviembre de 2021, Madrid, 11:48 a.m.

Miriam

Abrí los ojos con dificultad, me notaba el cuerpo pesado y la mente enturbiada. Tenía la boca pastosa y el regusto del alcohol aún en el paladar. No vuelvo a beber más, me dije nada más notar cómo la flojera se apoderaba de todo mi ser. Pero sabía perfectamente que el efecto de aquellas palabras duraría, con suerte, lo mismo que el hechizo de Cenicienta: media noche.

Mientras me desperezaba, tras un esfuerzo casi titánico dada la magnitud de la resaca, conseguí recordar algunos momentos de la noche.

Las copas en La Taska, la espera en los exteriores de la discoteca, humo, la aparición de María, música a todo trapo, los bailes desinhibidos entre la multitud, la parada para comer, el tipo tatuado, Mimi... Mimi...

Soy su novia —dijo seria a la vez que envolvía mi cintura con dulzura. 

En mis labios se dibujó una sonrisa boba al recordar las palabras de la granadina. 

Realmente Mimi dijo eso. 

En aquel momento, dados los efectos del alcohol y la situación no le di muchas vueltas a aquellas palabras, pero cuando lo recordé, un cosquilleo me removió por dentro. 

¿Lo dijo para salvar la situación? ¿O lo dijo porque realmente sentía que éramos ese plural? ¿A nuestra edad también se hacía esa pregunta o directamente se asumía?

Muchas preguntas acudían a mi mente, como de costumbre. Hay cosas que por mucho que pase el tiempo, no cambian. Pero en todo ese mar de dudas, no había miedo a ese plural. 

Ya no me aterraba la idea de volver a tener pareja. No me aterraba la idea de iniciar un nosotras con Mimi. Ahí me di cuenta de cuánto había avanzado en apenas dos meses y medio. No era solo el efecto Mimi, que también, era la terapia.

Los árboles cuando llega el otoño, poco a poco van desprendiéndose de la mayoría de sus hojas, quedando desnudos frente al frío para sobrevivir. Pedir ayuda, en ocasiones es eso, desnudarte para sobrevivir, y sobrevivir, inevitablemente, es desnudarse. 

Saber desnudarse, dejar ir aquellas hojas que en su día te llenaron de vida pero ya no, es uno de los aprendizajes más complejos y el mayor acto de valentía. A nadie le resulta fácil hacer otoño, pero tampoco nadie llega a la primavera sin pasar por él. 

En aquella fría mañana de noviembre, sentía que prácticamente todo mi árbol estaba desnudo, pero quedaba una hoja por caer. Quedaba mostrar mis cicatrices a quien dormía plácidamente sobre mi cuello. Sentía la necesidad de ser transparente con ella, de mostrarle mis silencios. 

Hasta el momento me había mostrado profundamente hermética respecto a mi pasado y Mimi lo había respetado en todo momento. Pero llegado a ese punto, ya no me daba miedo reconocer lo que un día sangré, porque ese río de sangre estaba mucho más sanado, porque donde antes hubo dolor, empezaban a salir brotes verdes.

La rubia, como si supiese que pensaba en ella, se removió apretando su cuerpo contra el mío, arrancándome una sonrisa. Con el dorso de la mano acaricié su costado y arropé de nuevo su cuerpo, que tras el movimiento había quedado al descubierto. Estaba completamente enredada en mi cuerpo, nuestras piernas se entrelazaban y sus brazos me envolvían con firmeza, como si tuviera miedo de que pudiera salir corriendo.

Me sentía preparada para iniciar un nuevo ciclo y no lo concebía sin ella. Dejé un beso sobre su sien y acaricié su pelo con suma delicadeza. Su presencia ensanchaba mi felicidad, me hacía el día a día mucho más llevadero y, aunque ella no lo supiera, me había ayudado mucho cuando los días en terapia no fueron fáciles.

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