Capítulo 39 - FINAL

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A lo largo de mi vida me he hecho muchas preguntas, pero hay una que siempre está ahí, como el caldo en la nevera de mi madre, ¿Quién soy?

Podría deciros que soy Mimi, Miriam o Lola Índigo, podría deciros que soy las tres, o que no soy ninguna al 100%. Podría deciros que soy Aries, granadina y madrileña, que soy rubia, un pelín más alta que la estatura media española. Podría deciros que soy la extrovertida con una lágrima tatuada en el pecho por las vueltas de la vida. Podría deciros que soy fácil de liar para salir de fiesta pero también me gana mucho un plan de sofá y manta. Podría deciros muchas cosas, explicaros mis manías y mis gustos. Mis tirrias y delirios.

Pero realmente, soy mis decisiones.

Las que tomé, las que no y lo que me llevó a ello. Soy lo que hice, lo que no, lo que dije y lo que nunca llegó a salir de mis labios. Soy mis errores y mis aciertos. Soy luz y sombra. Soy la docente, la artista, la amiga, la novia, la hija y la nieta.

El reencuentro con Laura me hizo darme cuenta de aquello. Soy la Mimi del pasado, la del presente y la del futuro. Soy todas esas versiones de mí y las quiero a todas. Reconocerme y abrazarme, fue como volver a casa después de una larga travesía.

El viernes en que mis pasos volvieron a reencontrarse con los de Laura pasamos la noche entre cervezas, juegos de mesa y confesiones. Mi amiga confirmó mis sospechas, estuvo hasta los 21 internada en la casa de los horrores, en un convento ultracatólico donde le sometieron a terapias de reconversión, todo tipo de torturas. En su piel aún quedaban rastros de su paso por el infierno que contaba con los ojos vidriosos y la voz entrecortada.

La morena de ojos azules logró salir de allí una noche en que una compañía de teatro acudió al convento en motivo de las jornadas literarias. Junto con Emma, su compañera, lograron camuflarse entre el personal y huir de aquella pesadilla. Las acogieron en un albergue y desde los servicios sociales consiguieron un puesto en un supermercado.

Poco después, compaginó ese trabajo con otro en un pub alternativo como camarera. Consiguió ahorrar un poco y pronto pudieron irse a un piso compartido. Mientras recuperaban una vida que les arrebataron entre torturas, Laura consiguió ahorrar para tomar clases de interpretación, baile y canto.

Pero el golpe de efecto que lo cambió todo llegó en la noche de Halloween. Aquella noche a mi amiga le tocó trabajar en el pub, donde a última hora falló la vocalista de la banda que daría el concierto de la noche. Laura no dudó ni dos segundos en ofrecerse y ante la urgencia del momento, su jefa no dudó en aceptar aquel cambio.

Tenía que ser en aquel lugar, en aquel momento y en aquel imprevisto. Su camino se cruzó con el de la directora de una de las compañías de musicales más prometedoras de Los Ángeles. Cuando el concierto terminó, no dudó en ofrecerle un cásting a Laura. Esa oportunidad fue la que unió los caminos de mis amigos.

Esa noche de viernes de reencuentro reconocí una Laura madura, con sus heridas, con sus silencios teñidos de dolor, pero también con sus logros, con resiliencia y con futuro. Descubrí una Laura nueva que estaba en proceso de abrazo con su antigua yo.

El dolor que nos unía, no era algo de lo que ni ella, ni Lara ni yo nos celebrásemos porque "tenía que ser así". Porque no, no debía ser así. Hubiera preferido mudarme a Madrid porque el pueblo se me quedara pequeño, que Lara y Laura emprendieran el vuelo por perseguir sus sueños. Hubiera preferido aprender menos y evitarnos traumas. Jamás me alegraré de los naufragios que dejaron en nuestro pecho aquel par de desalmados.

Pero me alegraré de por vida de que la vida nos deparase justicia poética. Merecíamos esa revancha. Merecíamos un futuro. Merecíamos esa segunda vida. Lara merecía ser esa brillante estudiante de criminología, Laura la prometedora actriz y yo... Yo merecía ser la profesora que siempre soñé y que tanto peleé por ser.

Que hablenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora