cap. 27 - helado de frambuesa azul

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x IAN x

Nunca he sido mucho de escribir canciones. Me hace sentir incómodo y repetitivo con cada frase cliché que anoto, como si cada cosa que quisiera relatar, ya hubiese sido dicha por alguna otra persona, en algún momento previo a mi existencia, o consciencia sobre el momento. De hecho, eso es lo que más me gusta de la música: jamás eres el único que se sintió así, entonces no estás solo. Siempre habrá alguien en el ayer, en el ahora, o en el mañana, que compartirá tu dolor contigo. O tu alegría. Que te comprenderá incluso sin tener idea de quién eres o cuál es tu historia. Es por ello, que empatizar con el autor, compositor, o cantante de una canción, me fluye como el dulce néctar que se desliza por la lengua de caracol de una mariposa. Y tengo una extensa lista de reproducción que hace de terapia gratis para mí.

Sin embargo y tan curioso como suene, componer canciones es diferente. En eso sí puedo pasarme horas. Melodías mudas, que no requieren de palabras mediocres, para decir algo.

Últimamente, me he rehusado a crear una playlist nueva. Me fastidia saber que, en estos últimos meses, todo parece estar relacionado a ella. Sí, ella. No quiero que sea así, ¿por qué habría de serlo? ¿Sólo porque ahora cada una de mis canciones, de mi música, logra capturar su vibra? No me agrada que sea así, puesto que, de cierta forma, invade algo que es mío, y me lo arrebata. Lo vuelve suyo. Es casi como si llegara a colonizar mis terrenos y hacerse con todo lo que está en su camino. ¿Pero lo hace en contra de mi voluntad? No lo sé. Lo único que tengo claro es que desde que se unió a la banda, han pasado cosas buenas y tengo la leve corazonada de que algo grande ocurrirá.

Mis dedos vuelven a rasgar las finas cuerdas de mi guitarra, repitiendo la misma melodía que he tenido de inquilina en mi cabeza desde la mañana. Helado de frambuesa azul. En una tarde lluviosa, pero de esas en las que las gotas no caen con resentimientos sobre ti, ni el viento te lastima la piel. Es más... Como calles húmedas, con el reflejo de personas felices, transitando sin la mente apresurada pero con un helado de frambuesa azul en la mano, mientras rodean los ligeros charcos del agua y se permiten ser acariciados por la ligereza del chubasco, sintiéndose renovados y aunque no limpios aún, en proceso de estarlo. Así se siente la canción. Lamento no tener una forma más clara de explicarlo, si pudieran oírla, quizás me entenderían mejor.

—Esa me suena a un cono de patatas fritas que te acompaña durante el atardecer en un callejón a lo largo de la playa.

Desconozco cuánto tiempo lleva allí parado, Cameron es tan sigiloso como un gato curioso. Su presencia puede pasar desapercibida si él se lo propone. Ese talento le va de maravilla con su cualidad de ser observador. O chismoso.

—Si el atardecer se encuentra algo nublado, entonces estás en lo correcto —repongo dejando a un lado el instrumento.

Su boca se inclina hacia un lado, en gesto tan característico suyo. Esa sonrisa torcida y transparente. También se le encojen los ojos cuando la dibuja. Se acomoda al frente mío, sentándose sobre uno de los esponjosos sillones de la academia. La obsesión de Harry, además de la música, es tener colchones, almohadas y cojines, tremendamente acolchonados, en cada rincón de la academia. A los padres de familia, les encanta. Le da un toque de "lugar seguro para niños" que a ellos los satisface. A mí me provoca mucho sueño.

—¿Cómo estás?

—Buenote, ¿y tú? —repongo agarrando la guitarra de nuevo. Sé que no le agrada mi broma por la cara de póquer que me pone—. Estoy bien, camarón.

No emite ningún sonido, no obstante, el peso de su mirada se siente aplastante.

—Ya, lo admito. Algo ansioso, pero... —mis hombros se levantan y vuelven a caer— bien.

Lánzame Un Último Beso (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora