cap. 36 - instinto materno

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x LILY x

Llego a casa con sigilo, procurando que ninguno de mis padres se entere de que vine caminando. En cuanto al transporte, existen ciertas reglas: o me movilizo en el bus escolar, o Harry o Ian me traen a casa después de los ensayos, o debo avisar a alguno de mis progenitores con tiempo —que, en muchos casos de emergencia, no hay—, que no tengo con quién volver, para que me envíen un Uber o pasen por mí. Si hoy me arrimaba a esta última opción, me habría tocado quedarme esperando en la academia, soportando a Ian después de sus duras palabras. Y eso era algo que no me apetecía. Casi que prefería un castigo que quedarme un segundo más ahí, con él.

Por fortuna, nadie en casa sospecha algo fuera de lo normal sobre mi llegada.

—¿Qué preparaste hoy? —pregunto al ingresar en la cocina. Obtengo mi respuesta al notar un par de envases de plástico en la mesa, con un delicioso aroma—. Oh, ya veo. ¿Comida a domicilio?

—Sí, no tuve tiempo de preparar nada y comer arroz con huevo no sonaba muy tentador para un viernes en la noche ¾se ríe mi madre—. Llama a papá a la mesa.

Muevo mis lentos pies por la casa hasta alcanzar la base de las gradas que conducen al piso superior. Me encuentro con un Haru perezoso en uno de los sillones de la sala, mueve su cola con culpabilidad una vez que lo descubro. Llevo mis manos a mi cadera y le doy una mirada regañona.

—Ya sabes qué hacer —le digo. Eso lo hace dejar de mover la cola y bajarse del cómodo mueble. Se acerca a mí con pesar y me invade la pena—. Lo siento amigo, sabes que yo no pongo las reglas aquí.

Escucho unos pasos pesados hacer rechinar las viejas escaleras de madera. Levanto la cabeza y musito:

—A comer.

Mi padre me da una sonrisa de medio lado y asiente.

—Comida oriental, ¿no?

Su intento de generar conversación no surte efecto. No solemos hablar mucho. Cada uno suele ir por su propio lado, meterse en sus propios asuntos y convivir de forma lejana en la casa. Las cosas siempre habían sido de cierta forma, complejas. Pero en los últimos años se había convertido en algo a veces tenso y desgarrador. Para mi mala suerte, el clímax ocurrió después de mi época de cartas, para ser más precisa, después del hospital. Y nada volvió a ser igual.

Asiento, giro sobre mis talones y camino hacia la cocina. Sé que él se da cuenta de mi silencio, de mi distancia, del muro que se ha formado entre nosotros. Me pregunto si le duele como a veces a mí, o si después de tanto tiempo, le causa indiferencia. Descarto aquellos pensamientos con la frase "cosechas lo que siembras". Sirve cada vez. Aunque suelo encontrarme preguntándome a mí misma: ¿le sirve más a mi mente o a mi ego?

Nos sentamos todos en la mesa redonda de cristal. Me concentro en la vieja radio de la casa, que emite pequeños susurros cada vez suenan los bajos. Está tocando alguna canción vieja, de esas que desconoces el nombre del tema o del artista, pero que puedes cantar los coros sin fallar ni en una palabra de la letra. No sé cómo iniciar la conversación.

Carraspeo para atraer la atención de los presentes. Es decir, papá y mamá.

—Me invitaron a una parrillada mañana —pronuncio con cautela.

A mi madre se le escapa una sonrisa, ella siempre desea que salga más y haga amigos. Aunque sé que desearía que lo hiciera con otras personas que no sean Marina.

—¿Dónde? —pregunta con interés.

—Es en la casa de un amigo... Que no conocen.

Ante su mirada incrédula, me debato al decir lo siguiente:

Lánzame Un Último Beso (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora