cap. 59 - el deprimente par (parte uno)

309 30 35
                                    

Hoy narrará un personaje al que le tengo un cariño particular (aunque a veces no lo parezca JAJAJAJA). Quisiera saber sus opiniones después de que lean el capítulo, love youuuuus <3

x KIAN x

—¿Quién eres tú?

Mi pecho se desinfla ante el ya habitual saludo. El aire de mi suspiro sirve como ofrenda para la sonrisa que se dibuja entre mis mejillas perezosas. Cada vez que estoy en casa, las trabajo demasiado. Es por ello que les doy un descanso cuando estoy fuera de ella.

Me coloco de rodillas frente al manto floreado que cubre sus piernas frágiles y delgadas.

—Adivina.

Ella mantiene un semblante serio. Imperturbable. Siempre espera que caiga en el engaño de su supuesta solemnidad, aunque parece que se le pasa por alto que las diminutas nubes risueñas de sus ojos, delatan sus intenciones.

Ella siempre fue un ser de luz. Demasiado buena con el mundo. Sin importar que el mundo no fuera tan bueno con ella.

—¿Quieres una galleta? Tengo galletas... —su mente a veces se dispersa, aunque existen ocasiones en las que, al parpadear, regresa, y le recuerda qué es lo que estaba diciendo—, ¿quién eres tú?

—Adivina —repito, la sonrisa más grande que antes.

—No eres el enfermero guapo —frunce los labios agrietados.

—No, soy alguien incluso más guapo.

—¿Jesús?

La carcajada se me escapa entre los dientes antes de que pueda controlarla, sacudo la cabeza para ahogarla antes de que repare en el sonido y me regañe por burlarme.

—No tanto.

En el pequeño baúl que decora la espaciosa habitación, siempre escondomis armas maestras. Ahí me espera el sombrero que era demasiado grande cuandoella misma me lo compró cuando tenía cuatro años, y el viejo pero apreciado ukelele que me regaló en mi primera navidad en su casa. La primera en la que no tuve a papá.

Me coloco la prenda verde menta sobre la cabeza y con el instrumento roído entre mis manos, rasgo cinco veces las cuerdas en un curioso tono alegre. Eso es suficiente para que los ojos se le enciendan como dos farolas del mismo color que mi gorro, suficiente para que sus pómulos salten en el preciso instante que la boca se le curva hacia arriba.

Da dos entusiastas aplausos.

—¡El flautista de Hamelin!

—¡Tadáh!

No importa cuántas veces le repita que es un ukelele, no una flauta. De todas maneras, se olvidará. Al igual que mi rostro, el de mi madre y el del difunto abuelo. Aunque éste visita sus pensamientos con más frecuencia que nosotros.

El apodo viene de una extraña combinación entre algunos retazos de su memoria. Por un lado, está el cuento que su propio padre le contaba cuando era una niña. Por otro, está la primera vez que toqué el instrumento. Piensa en mí, pero al menos noventa centímetros más bajo, con el cabello churón y tan rubio que parecía casi blanquecino, y los brazos carentes de trazos de tinta permanente. Me había colocado en la mitad de su sala, y como ella siempre fue fanática de las pequeñas figuritas de animales, yo hurté en su colección para formar un "público" sobre los sillones. Entonces, sin conocer ni el más mínimo acorde, di un concierto que, a mis cuatro años de edad, parecía la mejor hazaña de mi vida. Desconozco la razón por la que ese recuerdo perduró en ella, incluso en estas circunstancias. Pero me alegro de que así sea. Es el vínculo más fuerte que todavía tenemos, al menos el único que predomina cuando ella no se encuentra completamente lúcida.

Lánzame Un Último Beso (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora