cap. 60 - el chico que jugaba básquet (parte dos)

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He aquí un secreto mío: siempre deseé tener un hermanito menor. Crecí sintiéndome demasiado solo y sin nadie con quien jugar o a quien guiar. Aunque todo tenía su lado bueno. En estos momentos era un alivio no tener a nadie a quien cuidar mientras mis padres cursaban con el tedioso proceso del divorcio. Creo que esa hubiese sido una carga muy pesada para mí.

Aun así, con Ian era diferente. Para mí era una extraña fusión entre un hermano menor y un amigo. Era un chico divertido, aunque al principio muy reservado y de difícil acceso. Una vez que se soltó, se reía de mis comentarios inadecuados —no sin antes lanzarme una mirada solemne y sacudir la cabeza en decepción, porque claro, también era demasiado maduro para su edad—, y mientras estábamos juntos, sentí que podía influir un poco sobre él. En realidad, era más bien como un guía. Ya sabes, como cuando me preguntó si debería afeitarse —a pesar de que tenía como tres vellos encima de los labios—, cuándo cuestionó cuál era el punto de ver mujeres desnudas en el internet que probablemente no eran tratadas de la forma correcta, o cuando pidió que le enseñara mi rutina de ejercicio y cómo preparar el batido proteico. Me agradaba la sensación de que podía estar contribuyendo en su vida. Incluso con cosas pequeñas. Y también me enternecía saber que quizás él desconocía que, de una manera u otra, él estaba contribuyendo en la mía.

Además, empezó a ser mi confidente en cuanto a ciertas cosas.

—Hoy me llegó una carta de amor anónima.

Sus dedos perdieron fuerza sobre las cuerdas de la guitarra, me lanzó un vistazo sorprendido y de inmediato recuperó la seriedad. Como si no quisiera que me dé cuenta de cuánta curiosidad sentía. Siempre mantenía ese semblante serio e imperturbable.

—Ya —retomó el repaso de los acordes—, ¿crees que es Camille?

Sí, le había comentado sobre aquella chica de mi clase. Cabello largo y oscuro, pecas divinas sobre una piel morena y unos grandes ojos de gato. La que eventualmente cruzaba mirada conmigo, aunque luego la desviaba y volvía toda su devota atención a sus libros. No era la mejor estudiante del curso por pura suerte. No, ella se había esforzado y había ido escalando poco a poco durante toda la escuela y secundaria, y a esas alturas, sus oportunidades para cursar la carrera universitaria de sus sueños se veían prometedoras.

—Podría ser —una sonrisa bobalicona tomó sitio en mi rostro. Él respondió con una mueca asqueada y me rompí en risas avergonzadas, aunque a su gesto le siguió una expresión de satisfacción—. Nos emparejaron para realizar un trabajo en grupo. Estoy con mis amigos, los cuales son medio idiotas, así que no puedo dejarle todo el trabajo a ella. Ambos cargaremos con esas responsabilidades, y quién sabe, si tengo suerte podría hacerla confesar.

—¿Y si no es ella?

—¿Entonces quién demonios...?

La conversación fue temporalmente interrumpida por el sonido de la puerta principal abriéndose. Mi madre ingresó, tenía unas ojeras profundas y los ojos cansados. Aun así, se le dibujó una gran sonrisa cuando vio a nuestro invitado.

—¡Ian! Qué gusto verte aquí, ¿te quedas a cenar?

Las mejillas del niño, así como sus orejas, se tiñeron de rojo. Aturdido, contestó:

—Buenas noches señora. No quiero molestar...

—¡No molestas! En absoluto —mi madre caminó hacia nosotros. Posó un dulce beso sobre mi coronilla y estiró una mano para acariciar la cabeza del pequeño, desarreglando su cabello en el acto. Asfixié una carcajada, porque estaba al tanto de cuánto odiaba él que hicieran eso. No obstante, pude distinguir la sinceridad en su sonrisa diminuta—. Prepararé arepas con chocolate. Pasen a la cocina en quince minutos, ¿ya?

Lánzame Un Último Beso (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora