cap. 16 - the quantic vault

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La clase de deportes termina, un par de mechones húmedos me contornean el rostro, pero al menos mi cabello ya ha dejado de chorrear. El día ha culminado y debo dirigirme a la academia, aunque antes de abandonar el establecimiento necesito pasar a buscar mi Tablet o no tendré a mi compañera de desvelos esta noche. La dejé en mi ahora impecable casillero —me esforcé por sacar de allí todas las hojas que puedan ser utilizadas como evidencia de una muy penosa etapa de mi adolescencia. Muy a mi pesar, no encuentro el aparato electrónico allí. Entonces recuerdo haberla visto en la sala de deportes, en las gradas de las porristas. ¿En qué momento la dejé ahí? Bueno, a veces puedo ser algo despistada. Cierro la puerta del casillero, tal vez la fuerza se me escapa en exceso puesto que las ventanas de las clases a mí alrededor se estremecen con el estruendo, aunque dura apenas unos segundos. De cualquier manera, corro lejos de allí para evitarme regañinas. 

Camino hacia el cuarto de deportes sin demasiada prisa puesto que los autobuses escolares aun salen dentro de quince minutos. Sin embargo acelero un poco el paso, presa de la inquietud que me genera el hecho de que los estudiantes de secundaria presentes a lo largo del pasillo, no dejen de mirarme. Es raro, es como si quisieran ignorar mi paso pero fuesen incapaces de hacerlo. Algunas personas cierran los ojos casi con desprecio y vergüenza, otras se ríen con disimulo. Eso potencia la preocupación que me invade. Evidentemente incómoda, me arreglo el cabello, ¿quizás fui muy descuidada al momento de secármelo después de mi clase de gimnasia? ¿Tal vez se me inflamó y está sangrando la espinilla que reventé el otro día? Acomodo el cerquillo sobre mi frente por si ese es el caso.

Se ríen más duro, me señalan, y aunque quiero reclamar y preguntar a qué se deben las groseras carcajadas, soy incapaz de hacerlo. Se me forma un nudo en la garganta y entonces me invade el pánico. Uno de mis peores miedos es ser el hazmerreír de todos, sencillamente me genera un bloqueo mental y mi única salida es correr con todas mis fuerzas hacia el baño más cercano para descifrar qué es lo que está sucediendo. Hasta que alguien se interpone en mi camino y choco contra un cuerpo bien establecido sobre la fría baldosa del pasillo. Una mano gruesa y varonil impide que caiga sobre el piso, haciéndose de mi antebrazo con una fuerza poco reconfortante. Cuando me fijo a quién le pertenece, se me cae el alma al suelo. Andrew. Sus ojos son fríos y están fijos en mi torso, bajo la mirada encontrándome con una imagen que me horroriza: estoy descalza, y en ropa interior CON UN ESTAMPADO DE ORUGUITAS DE COLORES. Sin embargo, lo peor de todo es lo sucia que me encuentro: ¡cubierta de lodo y lombrices! ¡Vivas lombrices contorneándose sobre mi piel! ¡¿Cómo rayos es eso posible?! ¡No estamos en época lluviosa y estoy segura de que me vestí al salir de los cambiadores! No obstante eso no es todo, sino que en mi abdomen está escrito con lo que parece ser rotulador rojo, en toscas letras chuecas: "A N D R E W". Apenas me percato de ello, sus carcajadas ya resuenan por todo el instituto. Quizás por la cuadra entera. Me lastiman los oídos. Giro sobre mis talones, decidiendo que al diablo mi Tablet, prefiero salir de aquí lo más rápido posible. Pero mi suerte es distinta, me resbalo con la baldosa enlodada, y esta vez sí choco con el piso de manera estrepitosa y patética. Un corrientazo inicia en mis nalgas y me genera una punzada a lo largo de la lumbar. Por la ventana del pasillo, veo a los buses abandonando el instituto. No logro entender por qué, si toda la secundaria parece estar aun dentro del establecimiento, riéndose de mí. Y yo quiero irme a casa. Desesperada, intento abrirme paso entre las personas aunque sea a gatas, pero no me permiten: está William, Lidia, Carla... ¿y Camille? Todos ellos impiden mi huida.

La desesperanza se hace conmigo, lágrimas ruedan a lo largo de mis mejillas conforme sus risas se vuelven más violentas, me siento tonta y humillada. Pero vuelvo a colocarme de pie, con la esperanza de alcanzar el colectivo o salir de aquí de alguna forma.

—¿Nena?

Mamá me zarandea, sé que es ella porque reconozco su voz. Las imágenes se desvanecen, ¿entonces era un sueño? Eso es un alivio.

Lánzame Un Último Beso (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora