cap. 29 - amistad (in)condicional

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Como suele suceder, el timbre que anuncia el fin de clases se siente como una alarma para anunciar el apocalipsis. Más de uno se sobresalta en su pupitre, se limpia la saliva que se ha deslizado por un mentón, y se percata que lamentablemente, sigue en el colegio. Aunque después de ello, llega la realización de que ya es hora del receso. Y las muecas de infortunio se transforman en semblantes de esperanza. La señora Cecilia, mi profesora de Literatura, no parece percatarse de eso. Y me alegra eso, porque es una mujer de edad avanzada, y si sigue trabajando a estas alturas de la vida, supongo que es porque ama mucho su profesión. No quisiera que las reacciones de jóvenes poco entusiastas con su materia, la desmotiven o entristezcan.

—Muy bien muchachitos, se ha terminado la hora. Espero hayan aprendido algo —mi corazón se encoje cuando dice eso, especialmente porque su técnica de enseñanza se fundamenta en mandarnos extensas lecturas, para después discutirlas. Casi nadie comparte el mismo entusiasmo que ella así que rara vez logramos discutirlas porque pocas personas realmente cumplen con dichas lecturas, entonces es ella quien suele parlotear durante toda la clase sobre lo "maravillosa que es la literatura".

Los estudiantes salen con pereza de su clase, sin reparar mucho en sus palabras. Con suerte, alguno de ellos, le dedican un "buenas tardes, señora Ceci" antes de desaparecer por la puerta. En mi caso, la culpabilidad es aguda porque como siempre, pasé sumergida en un fanfic Marichat en lugar de ponerle atención. Saco una manzana de mi mochila en acto inmediato, y lo deposito sobre su escritorio antes de regalarle una deslumbrante sonrisa:

—Gracias por la clase, señora Ceci. Nos vemos el próximo lunes.

—Gracias a ti, muchachita.

Sin sentirme menos culpable, me dirijo a la cafetería. Puesto que Marina continúa sin dirigirme la palabra desde lo sucedido con Zac, me resigno a comprar un refresco de coco y una chocolatina, para después ir a mi preciado escondite y seguir leyendo. No obstante, mechas de fuego interrumpe mis planes. Nos encontramos en la fila de la cafetería, me da un golpecito con su cadera antes de señalar burlonamente mi agua de coco.

—¿Qué es esa mierda? —pregunta frunciendo la nariz con disgusto.

—Es buenísimo, ¿quieres probarlo? —se lo extiendo.

Ella lo observa con desconfianza, sin embargo, un par de segundos más tarde, me arrebata la botella de la mano y le da un sorbo fugaz. Su rostro se contrae con disgusto. Luego lo relaja. Hace chasquear sus labios un par de veces, como si continuara saboreándolo de forma crítica. Me arranca una carcajada.

—No está tan mal... —opina pensativa—. Pero si le añades un poco de ginebra, hojitas de menta y hielo, mwak —le da un beso a sus dedos—queda como el cóctel de verano de los dioses.

Me devuelve mi botella y le lanzo una mirada cautelosa y amenazante, aunque mi sonrisa me delata. Soy consciente que algunas personas a nuestro alrededor nos observan con disimulo y sorpresa, como si se preguntaran desde cuando volvimos a hablar con tanta amenidad. Para ser franca, me pregunto lo mismo. Pero como dije, se siente bien. Me cruzo de brazos antes de exclamar:

—Qué bien que apareciste, debemos hacer el segundo avance del trabajo.

—Tú si sabes cómo arruinar la diversión —protesta abriendo una funda de Ruffles—. ¿A la biblioteca?

—Sí.

Caminamos en silencio por un par de segundos, me sorprende un poco que no haya lanzado algún comentario sugerente con respecto a Andrew y a mí, todavía. Me pica la lengua por traer el tema a colación, no sé por qué. Me siento como de catorce años, de nuevo. Entonces me vuelvo hacia ella con gesto fruncido.

Lánzame Un Último Beso (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora