CAPÍTULO 8

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LUCCA ANDREOTTI

Había descansado muy bien lo cual era algo nuevo para mí y extrañamente, me había levantado con muy buen humor y eso se debía nada más y nada menos que a Alexandra, la que, de acuerdo a mi familia, debía ser mi peor enemiga.

Si mi padre me viera en este momento, muy seguramente explotaría por lo que estaba haciendo, pero justo ahora eso no me importaba, la realidad era que me gustaba pasar tiempo con Alexa y quería continuar conociéndola.

En un primer momento pensé que solo sentía interés gracias a su belleza, porque sin duda, Alexandra era una mujer hermosa, pero después de nuestro paseo, tenía que admitir que ella me intrigaba más allá de todo; Alexa era luz, ella era como esas armonías que puedes escuchar una y otra vez sin cansarte, la energía que desprendía era especial e intrigante; Alexandra era un misterio que por alguna extraña razón necesitaba descubrir y de alguna forma, me sentía bien a su lado, como si fuera más fácil respirar.

Tal vez estaba volviéndome loco, quizá por fin había perdido la poca cordura que me quedaba, porque no encontraba otra respuesta para justificar mi comportamiento actual y tenía que aceptar que había caído bajo el encanto de Alexandra Pemberton y no tenía idea de que iba a suceder ahora.

Traté de despejar mi mente y me concentré en el día de hoy; por la tarde tendría una reunión con algunos de los accionistas de los hoteles Golden y tenía que conseguir que firmaran con nosotros, tenía que lograr que ese contrato se llevara a cabo con mi familia, eso era lo que mi padre quería y necesitaba, así que eso es lo que yo le daría, un negocio multimillonario que nos pondría en la cima, por encima de los Pemberton.

Tenía que separar las cosas; por un lado, el negocio que necesitaba conseguir y por el otro, el acuerdo con Alexa; eran dos cosas que, si bien se relacionaban, no podía permitir que se unieran; no era tonto, sabía que los Pemberton también deseaban hacerse con el negocio de los hoteles Golden, pero estaba más que preparado para enfrentarlos y ganaría a cualquier precio, porque no tenía otra opción, tenía que vencer.

Mi padre me mataría si no conseguía ese negocio y no estaba dispuesto a sufrir las consecuencias de su ira; así que en esta oportunidad tenía que demostrar que era capaz de cumplir con lo que él me había pedido y, sobre todo, tenía que demostrar que era capaz de hacer lo que fuera necesario en nombre de nuestra familia; tenía que demostrar que era un Andreotti y que era digno de portar ese apellido.

Terminé de desayunar y decidí salir por un momento, le pedí al chófer que me llevara por la ciudad y mientras él conducía, simplemente me dediqué a mirar Londres a través del cristal; pero la verdad era que me encontraba sumido en mis pensamientos y por más que lo intentaba me era imposible dejar de pensar en Alexandra; ella se había adueñado de mi mente y ese era un contratiempo que no había previsto.

No podía dejar de ver su sonrisa y su mirada brillante mientras hablaba sobre arte y música, no podía sacar de mi mente la forma como sus ojos parecían suavizarse al mismo tiempo que me observaba con intriga y lo más importante, no lograba dejar de sentir esa extraña sensación en el estómago cada vez que su imagen aparecía en mi mente.

Definitivamente debía de estar loco, porque no le encontraba una razón lógica a lo que estaba padeciendo; era consciente de lo que le había dicho a Alexandra.... Que podíamos conocernos sin el odio de por medio, sin apellidos, sin un legado que sostener, que podíamos conocernos como si fuéramos dos personas normales, solo como Alexandra y Lucca; pero no imaginé que, por el simple hecho de pasar unas horas con ella, me sentiría de esta forma, como si tuviera la cabeza echa un caos y el estómago revuelto.

Mirar la ciudad me ayudaba a pensar, pero aun así... no tenía nada claro, excepto una cosa...

Tenía que erradicar ese sentimiento antes de que se convirtiera en un verdadero peligro, tenía que deshacerme de las emociones, porque lo único que provocaban era debilidad y justo ahora, lo que menos necesitaba en la vida era ser débil, porque solo mediante la fuerza lograría conseguir lo que necesitaba, solo mediante la fortaleza lograría salir victorioso.

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