CAPÍTULO 24

2.9K 154 13
                                        

ALEXANDRA PEMBERTON

Cuando Lucca entró a la habitación, mi corazón volvió a latir y cuando lo sentí tomarme en sus brazos, por un segundo recuperé mis fuerzas; tenerlo a mi lado, me hacía sentir a salvo y de una extraña manera, lograba hacerme pensar que todo estaría bien.

Quién diría que mi supuesto enemigo sería la única persona capaz de reconfortarme; si alguien me lo hubiera dicho hace algunos meses, francamente lo habría llamado loco, porque realmente sonaba absurdo, pero ahora que era una realidad, no me imaginaba nada diferente.

Estos días me había sentido peor que nunca; no tenía ganas de levantarme de la cama, comer, leer o hacer cualquier cosa en general; lo único que en verdad quería era dormir, porque cuando mis ojos estaban cerrados, el mundo parecía menos complicado y todo eso que me lastimaba, se esfumaba, pero dormir no era una solución a largo plazo y con cada día que pasaba, me sentía más débil y desanimada.

Lloré tanto estos días que me dolían las costillas y había llegado al punto donde ya no salían más lágrimas de mis ojos y solo sentía como si mi pecho ardiera quemándome por dentro, mientras que el nudo en mi garganta cada vez era más duro de soportar.

Estaba agotada, pero no quería hacer nada al respecto y eso me atemorizaba; llevaba tanto tiempo esforzándome por estar bien que ya solo quería darme por vencida, pero honestamente, ni siquiera sabía como hacer eso.

Al inicio, si que lloré por la situación con mi padre, pero mientras más lloraba, menos era por él y más era por mí misma; estos días había llorado por todo lo que nunca me permití llorar, por mi madre y el dolor que me causaba no tenerla a mi lado, por todas esas ocasiones donde la soledad fue mi única compañía mientras frente a mi se encontraba un plato de comida y una mesa vacía; lloré por todas esas veces que sacrifiqué mi felicidad para complacer a los demás y por todas las cosas que dejé de lado, porque no eran apropiadas para quien se suponía debía ser; ya no solo lloraba por los últimos acontecimientos, en lugar de eso, lloraba por todos esos años en los que había vivido sin sentirme realmente viva.

Para ser honesta, me sentía devastada y lo único que deseaba era recostarme, cerrar los ojos y despertar en una realidad diferente; quería a mi madre conmigo, quería un padre amoroso que me consolara y me hiciera reír como cuando era niña; quería vivir mi propia vida bajo mis términos; deseaba enamorarme de la persona que yo eligiera y ser capaz de vivir ese amor sin impedimentos, tan solo... quería ser feliz, pero esa sencilla petición para alguien como yo, era casi imposible de alcanzar.

Escapé de mis pensamientos y me concentré en los ojos de la persona frente a mí; cuando Lucca me miraba, podía ver en sus ojos un brillo que me dejaba sin aliento y mi piel se erizaba tan solo con sentir un suave roce de sus dedos, pero eran sus palabras las que siempre conseguían que mi corazón latiera desbocado.

- Te quiero - susurró acariciando mi mejilla – Te necesito de vuelta

Todo lo que dijo, francamente me dejó en shock y no tenía idea que decir o si debía decir algo para empezar; la forma como se expresó sobre mí y como dijo con seguridad que estaba enamorado, me abrió los ojos a una verdad que me negaba a admitir y es que al igual que Lucca, yo también estaba profundamente enamorada.

Nunca pensé que tendría la oportunidad de sentir algo remotamente cercano al amor o decir abiertamente que estaba enamorada y ahora que podía hacerlo, se sentía como si fuera un sueño.

Me acurruqué en el pecho de Lucca y cerré los ojos mientras él acariciaba mi cabello; podía sentir los latidos de su corazón, tan suaves que me adormecían y el calor de su piel inundaba la mía; por lo que poco a poco, me dejé arrastrar por esa paz que sentía a su lado y volví a quedarme dormida, mientras él susurraba en mi oído palabras dulces y reconfortantes.

LEGADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora