Capítulo Ⅷ

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No puedes dormir, no paras de pensar en lo que pasó hace tan solo unos minutos en tu departamento. 

Tocas tu mejilla izquierda, aún puedes sentir el tacto de sus finos labios en ella. El recordar su cálida piel sobre la tuya te causa un escalofrió que recorre todo tu cuerpo. Nunca olvidarías aquel día, se quedaría grabado en tu memoria por mucho, mucho tiempo.

¿Cómo serías capaz de tener una conversación coherente con alguien mañana? Sentías que estabas en el mismísimo cielo y nada ni nadie te haría bajar de ahí.

Sueltas un suspiro de completo anhelo. Anhelo de tenerlo nuevamente a tu lado, anhelo de que él piense en ti tanto como tú piensas en él, anhelo de que tú no seas la única que siente el corazón a punto de estallar. Miras la hora en tu teléfono, son casi las tres de la madrugada. Das media vuelta sobre tu cama y ves las persianas de tu enorme ventana, las cuales están completamente levantadas, haciendo que la luz de afuera atravesara tu habitación.

¿Thomas habrá llegado bien a casa?

La pregunta te atormenta.

Pones una pequeña almohada en tu cara, como si de ese modo tus pensamientos dejaran mágicamente de centrarse en el bello rubio de ojos hipnotizantes. Sientes la fuerte tentación de escribirle. Acercas nuevamente tu mano al aparato que se encuentra en tu mesita de noche, lo desbloqueas y dudas por un par de segundos. ¿Deberías hacerlo?

¿Y si ya está dormido? ¿Y si lo molestas al escribirle? ¿No estarías siendo demasiado intensa?

Vuelves a dejar el objeto en su sitio mientras gruñes ante tu cobardía. Cierras tus ojos con fuerza y te haces un pequeño ovillo en la enorme cama debajo de las sábanas. Sientes como tu voz interior te empieza a gritar diciendo lo tonta que estás siendo.

Te sientas repentinamente en el colchón, haciendo que Max se despierte. Algo adormilado, abre sus ojos de un bello color esmeralda para observar a la chica que hizo de su vida una mucho mejor.

—Perdón, pequeño, es que no sé que hacer, ¿tú que dices? ¿Le escribo?— El cachorro se limita a dar un lengüetazo a tu mano. Sonríes enternecida y lo acaricias, supones que eso es un si.

Muerdes tu labio inferior.

Temerosa, coges tu teléfono nuevamente, como si en cualquier momento este fuera a incendiarse. Tomas una gran bocanada de aire, reuniendo todo el valor que te es posible conseguir.

Hey, Thomas, solo quería saber si habías llegado bien a casa.
2:50 a.m.

Envías rápidamente el mensaje antes de que te arrepientas. Abrazas tu almohada con fuerza.

A tan solo unas calles de tu casa se encontraba el rubio saliendo de su ducha. Entra a su habitación descalzo, con una toalla blanca alrededor de sus caderas y con sus rizos dorados completamente mojados.

Escucha como le llega una notificación al teléfono y curioso se acerca a el. Ve que es un mensaje tuyo. No puede evitar sonreír al leer lo que escribiste, rápidamente te responde.

Por tu parte, sientes un nudo en tu estómago cuando ves el "escribiendo" de aquel hombre.

Que dulce de tu parte. Tranquila, estoy sano y salvo.
2:51 a.m.

Sonríes como una tonta al leer su respuesta mientras das vueltas de un lado a otro en tu cama. Dudas en si deberías aprovechar la oportunidad y seguir con la conversación o simplemente despedirte de aquel hombre que te robaba el sueño.

Y ¿acaso la pequeña me escribe porque no puede dormir a causa de las pesadillas? 
2:52 a.m.

Un fuerte calor invade tu rostro. ¿Pequeña?

Solo dame un minuto (Tom Hiddleston y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora