Capítulo ⅩⅩⅤⅢ

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El inglés baja las escaleras con pereza, tallando uno de sus ojos. Un delicioso aroma viene de la cocina y su hambriento estómago le indica que se acerque.

—...Busca lo más vital, no más. Lo que has de precisar, no más. Pues nunca del trabajo hay que abusar—. Contoneas tus caderas mientras le das la vuelta a un omelette.

Una tierna sonrisa invade el rostro de Tom al escuchar tu alegre canto.

—Si, señor—. Termina la canción con su ronca voz en tu oído izquierdo.

Das un pequeño respingo ante la sorpresa. Ni siquiera habías logrado oír sus pasos aproximarse a tí.

—Buenos días—. Apagas la cocina rápidamente y te limpias las manos con un trapo.

El rubio toma tus caderas entre sus grandes y cálidas manos, dándote media vuelta y depositando un dulce beso en tus labios. Sonríes al separarte de él.

—Me hubieras despertado, te habría ayudado a hacer el desayuno—. El hombre hace un gracioso y al mismo tiempo tierno puchero que te provoca una pequeña risita.

Colocas tus manos alrededor de su cuello y diriges tu mirada a sus azules ojos.

—Te veías muy lindo durmiendo, no quería arruinar eso—. El londinense sonríe en respuesta y vuelve a depositar otro beso en tus labios.

Al cabo de unos minutos, ambos estaban comiendo un delicioso desayuno mientras escuchaban como Max comía sus croquetas. El ambiente no podía estar más cargado de tranquilidad que en ese preciso momento.

Navidad estaba a la vuelta de la esquina y ya tenías el regalo perfecto para tu padre. Había estado deseando desde hace meses un álbum que había sacado su grupo favorito, así que no tuviste que pensar mucho. Navegaste por internet buscando el tan anhelado disco por parte de tu padre, pero todo parecía apuntar que aquel grupo tenía mucho más éxito de lo que esperabas.

Visitaste más de veinte tiendas personalmente e incluso tuviste la idea de hacer un pedido especial, lo cual costaría, por lo menos, más del doble o el triple de lo que tenías planeado. Aunque esto último no te importaba mucho, la felicidad de tu padre podía valer más de dos meses de sueldo.

Afortunadamente, cuando estuviste apunto de rendirte, una de las tiendas te llamó para informarte que aún tenían un ejemplar de aquel disco.

Ahora, el regalo estaba cuidadosamente envuelto y decorado personalmente por tí. Te encantaba darle un toque especial a todo lo que dabas. Tanto el regalo de tu padre como el de Nick fueron fáciles de elegir, tu castaño amigo era un completo empedernido de los deportes, estuvo quejándose continuamente en que debía comprarse un nuevo par de zapatillas.

El pobre calzado que usaba para practicar deporte daba pena. Tu amigo no tenía un trabajo en el que exactamente le sobrara el dinero, es por ello que no solo le compraste unas zapatillas, si no que también algo de ropa deportiva. Sabías que difícilmente lograrías hacer que acepte todo eso, pero entre los dos, tú eras la persona más terca.

Además, sentías que era lo menos que podías hacer por él. No le habías llamado hasta ahora para hacerle saber tu pequeño problema "familiar" y el ojiverde estaba respetando tu espacio hasta ahora.

Era un buen amigo.

Volviendo al tema de los regalos, incluso tenías un regalo para Maggie, un delicioso perfume que tenías la completa certeza que le encantaría y en otra pequeña cajita, estaba un precioso collar que estabas segura que le encantaría.

Cada regalo tenía una carta hecha a mano, con un par de palabras de afecto hacia las pocas personas que albergaban tu vida.

Todo estaba perfecto, exceptuando algo.

Solo dame un minuto (Tom Hiddleston y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora