Capítulo Ⅹ

91 11 1
                                    

El ojiazul no paraba de dar vueltas en su cama.

Se sentía tan solo en ese departamento tan grande. Tu sonrisa, tus ojos y tus labios no paraban de rondar en la cabeza de Thomas, lo estabas volviendo loco, eran ya las tres de la mañana y no podía conciliar el sueño.

Salió a correr ni bien llegó a casa, tratando de calmar su torbellino de pensamientos, pero no fue suficiente. Tomó una ducha fría, pero tampoco fue suficiente. Nada lo era.

Quiso leer un poco, pero al ver el libro que le prestaste hace tan solo unas horas, tu rostro volvió a inundar sus pensamientos.

¿Cómo pudo ser tan idiota?

Sabía en lo que se estaba metiendo, sabía que no podía salir contigo inocentemente, con la excusa de que solo quería pasar un rato agradable, claro que no, solo era cuestión de tiempo, un detonante, en este caso,ver a un hombre a tu lado.

Saber que no vivías sola... porque aquel castaño debía vivir contigo ¿no? De otro modo, ¿por qué estaría en tu hogar tan tarde ese tal Nick? ¿Por qué, sino, el ojiverde lo habría mirado como una amenaza? Miles de preguntas parecidas rondaban en la maraña que tenía en la cabeza.

Se sentía derrotado y aún no había siquiera empezado la guerra. 

¿Cómo sería capaz de interponerse en aquella relación de todos modos? Ese no era su estilo, sus principios no se lo permitirían. ¿Qué haría entonces? ¿Qué haría con lo que estaba empezando a sentir por ti?

Esas preguntas lo atormentaban sin piedad alguna, logrando que no pudiera dormir ni un minuto, al día siguiente apareció con unas ojeras terribles que tuvieron que tapar con maquillaje. Se sentía desganado y algo perdido e incluso los entrevistadores lo notaron, sin mencionar al elenco.

Chris conocía perfectamente a Thomas, además, cabe recalcar que el londinense era como un libro abierto, se notaba a kilómetros que algo lo estaba preocupando. 

En el primer descanso que tuvieron, el australiano se acercó con una taza de café en la mano a su querido amigo y se la extendió con una sonrisa reluciente. El británico la aceptó gustoso, ni siquiera tuvo la oportunidad de comer algo decente aquella mañana.

—Tom, no hay que ser un genio para saber que no estás bien, ¿hay algo que te gustaría contar?— El inglés soltó una risa algo forzada, ¿de que le servía ser actor en aquellos momentos si no podía ocultar lo que sentía?

Que patético.

—¿Tan terrible me veo?— Hiddleston siempre estaba lleno de energía y era cordial con todo el mundo, pero ese día aquella luz que irradiaba se apagó por completo. Se podía oír los cuchicheos de los reporteros desde donde ambos estaban, pero nada de eso le importaba a nuestro querido rubio.

Su mente estaba plagada de una cosa, bueno, de alguien. Tú.

—Meh, tan solo parece que un camión te pasó encima, nada grave—. Esta vez la risa del ojiazul fue sincera.

Se cuestionó si debería contarle lo sucedido a Chris, hasta el momento solo lo sabía Benedict y fue porque este lo amenazó por teléfono con publicar fotos algo vergonzosas de él por internet si no soltaba toda la información.

Se preguntaba si fue lo correcto pedirle ayuda a su amigo para hacer aquella sorpresa para ti, pero se abofeteó internamente.

La sonrisa que le entregaste al momento de ver todo fue más que suficiente para saber que no se arrepentía. De hecho, no se arrepentía de nada, cada palabra, cada risa, cada mirada, todo había valido la maldita pena.

Y eso lo hacía sentir aún peor. Eras maravillosa en todos los sentidos posibles.

Benedict enloqueció cuando Thomas le platicó que la noche anterior se fue de tu edificio de ni bien vio la oportunidad. Cumberbatch le recriminó el hecho de que se haya ido sin darte la oportunidad de despedirte, huyendo como un completo cobarde.

Solo dame un minuto (Tom Hiddleston y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora