Capítulo ⅩⅩ

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—Oh, cariño, te he extrañado tanto—. La mujer de mediana edad te envuelve entre sus cálidos brazos.

—Yo también te he echado mucho de menos, Maggie—. Le correspondes el afectuoso saludo con igual cariño.

Aquella enfermera era como la figura materna que siempre quisiste tener y te hizo falta. Aspiras profundamente, inhalando su perfume mezclado con su champú de flores.

Unas pequeñas lágrimas se asoman en tus ojos, pero las retienes con fuerza.

Escuchas como sorbe su nariz al momento de apartarse de tí. Maggie era bastante sentimental, si te ponías a llorar en ese momento apostabas lo que sea a que ella no pararía de echar lágrimas de sus ojos por los próximos cuarenta minutos.

—Lo siento, seguro y quieres ver a tu padre cuanto antes, solo déjame ponerlo en el registro, ¿si?

Toma apresuradamente una libreta de la mesa de recepción y anota con tu nombre, la fecha y la hora en ella.

Te pasa el objeto para que lo firmes y eso es lo que haces.

—No pienses que te has salvado, luego me tendrás que contar sobre "ricitos de oro"—. Ríes ante el gracioso guiño que te lanza la mujer.

—Por supuesto, te daré todos los detalles.

Maggie te lanza una mirada coqueta, pero en el fondo espera que el joven con el que te vio entrar al hospital no sea un amigo más.

Eras una jovencita muy divertida, inteligente e indudablemente hermosa, ¿cómo era posible que no tuvieras algún tipo de pareja hasta ahora?

En pocas palabras, sabía perfectamente la encantadora jovencita que tenía por hija Miguel.

No solo porque el hombre hablara de ti en todo momento, sino también porque eras amable y educada con todo el mundo. Le sorprendía que pudieras mantenerte tan fuerte a pesar de todos los problemas que se te habían venido encima a tan corta edad.

—En fin, linda, ya conoces el camino—. Te dice dulcemente.

—Ah, espera, te traje algo—. Rebuscas en tu bolso aquella cajita de chocolates que tanto le gustaban a Maggie.

Cuando tus dedos rozan el cuadrado objeto, lo tomas entre tus manos y se lo extiendes a la bella mujer que te ayudó en tus momentos más difíciles.

Una sonrisa se forma instantáneamente en los labios de ella.

—Oh, querida, no tenías porque molestarte.

Agitas tu mano, restándole importancia al asunto.

Ella era una de tus salvadoras, por así decirlo. Maggie y Nick eran los responsables de que no cayeras en una depresión de la que difícilmente cualquiera en tu situación podría salir.

—Tonterías, es lo menos que puedo hacer, has tenido que soportar al personaje de mi padre.

Ambas ríen.

Cuando les ponían los medicamentos a tu padre, estos lo adormecian un poco, haciendo que dijera un montón de tonterías sin sentido hasta que el sueño se apoderara de su cuerpo.

Y la pobre Maggie tenía que aguantar eso varias veces a la semana.

—Gracias, tesoro—. La mujer toma una de tus manos entre la suyas y te la estrecha con amor-. No te quiero quitar más tiempo, ve.

Con una sonrisa, te apartas de su lado y te encaminas a la sala de espera.

Tus ojos escanean todo el lugar hasta detenerse en un rubio con un libro que se te hacía muy conocido entre sus manos.

Solo dame un minuto (Tom Hiddleston y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora