Capítulo ⅩⅩⅩⅠⅠ

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Te detienes enfrente de la puerta de tu departamento. Tomas una bocanada de aire para segundos después ingresar a la vivienda.

Un silencio sepulcral está presente en todo el lugar. Dejas tus pertenencias en el sillón de la sala y te aproximas con decisión a tu habitación.

Nada está fuera de lugar. Registras el departamento entero y no encuentras algo fuera de lo común. De hecho, incluso se veía ligeramente limpio.

Suspiras y te diriges a la cocina.

Un pequeño nudo en tu garganta se forma cuando ves una nota de color rosa pastel en la puerta del refrigerador. Tomas el papelito con temor y lo lees.

Lo lamento. Lamento que hayamos terminado de esta forma, lamento haber sido una madre tan terrible, lamento haberte dejado sola.

No te pediré que aceptes mis disculpas, sé que a estas alturas eso no servirá para arreglar todo lo que te hice pasar. Soy consciente que esta ha sido la gota que derramó el vaso y que nuestra relación ya no volverá a ser la misma.

No volveré a acercarme a tí si eso es lo que quieres.

Solo deseo que sepas una cosa, eres mi hija y...

—... y te quiero.

Una gruesa lágrima resbala por una de tus mejillas, la limpias con rapidez con el dorso de tu mano, pero una nueva surge y otra más detrás de está. Llega el punto en que no puedes pararlas más y las dejas fluir.

Estrujas el papel entre tus manos y comienzas a romperlo en un montón de pedacitos.

Mientes. Mientes. Mientes.

—T-Tú no me quieres.

Hipeas sin poder evitarlo.

Lo dejaste de hacer desde hace mucho tiempo.

Con la visión borrosa a causa de las lágrimas comienzas a recoger los pequeños papelitos.

Recuerdos vienen a tí con gran fuerza.

—¡Mamá, mira lo que hice!— Sonríes emocionada, mostrándole un dibujo que habías hecho con mucho esmero.

Tu madre toma la hoja y la observa con un brillo especial en los ojos. Una dulce sonrisa se forma en sus labios y se pone en cuclillas para estar a tu altura.

—Es hermoso cariño—. Deposita un maternal beso en tu cabecita y coloca el dibujo en el refrigerador, apoyándolo con un imán de arcoiris.

Aquel imán...

Levantas la mirada y los coloridos colores de aquel pequeño objeto te provocan aún más lágrimas.

Terminas por recoger todos los pedacitos de la hoja y los dejas sobre la isla de la cocina. Despegas el imán de la nevera y al poco tiempo este se cubre con tus lágrimas.

No podías creer que ella aún lo tuviera.

Corres hacia tu habitación y coges un rollo de cinta transparente. Juntas los pedazos lo mejor que puedes y al cabo de unos minutos aquella hoja rosa está completa.

Sorbes tu nariz y limpias el rastro de lágrimas de tus mejillas.

Dejas el imán de nuevo en la nevera y guardas el último mensaje de Sienna en una cajita. La misma en la que habías resguardado las pocas fotos que tenías con ella.


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—¿Quieres un poco de té?

Solo dame un minuto (Tom Hiddleston y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora