Capítulo ⅩⅪⅠ

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Abres los ojos, te estiras un poco para posteriormente quitar las sábanas que te estuvieron cubriendo y manteniendo caliente por estas últimas horas.

Al ver tu desnudez, te quedas completamente estática. Tus ojos recorren el cuarto en el que te encuentras. Esta no era tu habitación.

No fue un sueño. Oh, mierda, no fue un sueño.

Tomas tu cabello entre tus manos, procesando la información.

Buscas entre la oscuridad tu ropa, pero no la encuentras por ninguna parte. Tu mirada se desliza a un armario que está a tu derecha.

Te acercas a este y lo abres con desesperación, rápidamente, el característico aroma del ojiazul llena tus fosas nasales.

Tomas la primera camisa que encuentras y te la pones encima.

Te diriges al baño con la intención de disipar tus pensamientos. Recorres el largo pasillo de puntillas, esperando no cruzarte con el británico, no estabas preparada para ello.

Tomas el pomo de la puerta y lo giras con toda la suavidad posible.

—¿__________? ¿Eres tú?

Tan cerca y tan lejos.

—N-No, soy un espectro, me ves y ahora no—. Te adentras al baño de sopetón, cerrando la puerta de un portazo.

Sabías que estabas siendo una completa cobarde, pero es que no te creías capaz de poder verle a la cara después de...

—Hey, ¿estás bien?

Chocas tu espalda contra la puerta y te deslizas contra ella hasta terminar sentada en los lindos azulejos blancos del cuarto de baño.

—S-Si, perfectamente.

El hombre se sienta también en el frió suelo.

—Eres muy mala mintiendo, __________.

Doblas tus rodillas y escondes tu rostro entre ellas.

—Lo sé, lo siento.

Suspiras. Odiandote por estar comportándote como una niña con él, otra vez.

—No tienes porqué disculparte, cariño. No tienes que decir nada en realidad, solo... No quiero que te escondas de mí.

Sus palabras te hacen sentir aún más culpable.

—Pero es que me siento tan avergonzada.

Tus mejillas toman color con rapidez al recordar todo lo que pasó esa misma noche. No tenías ni idea la hora que era, pero esa era la menor de tus preocupaciones.

Acababas de tener al dulce hombre que estaba al otro lado de la puerta completamente desnudo ante tí, tus manos y tus labios recorrieron su cuerpo en zonas que jamás imaginaste que lograrían llegar.

—¿Hubieras preferido que no sucediera nada?— Su tono de voz es débil, pero no lo suficiente como para que no lo logres escucharlo.

El londinense temía tu respuesta.

¿Y si no quiere volver a verme? ¿Y si está odiándome en estos momentos?

La culpa le invadió con rapidez. Ahora que había tenido la dicha de tenerte entre sus brazos no se creía capaz de verte en el set y no poder abrazarte o siquiera dirigirte la palabra sin que hubiera una tensión de por medio.

Pero si querías alejarte y mantener distancia entre ustedes, aunque le doliera más que una puñalada en el corazón, lo respetaría.

—¿Qué? ¡No!— Levantas tu rostro, completamente alterada.

Solo dame un minuto (Tom Hiddleston y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora