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Ava gritó con todas sus fuerzas, odiando a su hermano y a todo lo relacionado con él. Era un traidor, un mentiroso. La había vendido al Ministerio sin mirar atrás, como si no fuera más que un objeto, como si no significara nada para él. Y no sólo eso, la había culpado de los crímenes más atroces, declarándose inocente y haber estado bajo la maldición imperius, alegando que había sido ella quien lo controlaba. «Bastardo infeliz, pensó».

Aunque algo tenía que agradecerle, el odio que sentía por él era lo único que podía mantenerla cuerda en un lugar donde algo como la cordura y sensatez no abundaban.

Volvió a sentarse en una esquina de la celda, el lugar era lúgubre y el tamaño dejaba mucho qué desear, aunque no es que esperara mejores condiciones de Azkaban.

Los primeros días habían sido insoportables, acostumbrarse a la constante oscuridad, a la presencia de los dementores y éstos absorbiéndole la poca energía que le quedaba; lo precario de la comida, la falta de cualquier comodidad, no había siquiera una manta o algún cubo para ir al baño. Era una celda, a secas.

Respiró con fuerza, intentando ordenar sus pensamientos. Sólo podía pensar en Lucius, en que él estaba libre y ella no. «Traidor», repitió mentalmente.

Tardó un rato en quedarse dormida pero al final acabó por rendirse ante el cansancio, la única ventaja que tenían los dementores es que drenaban tanto la energía que podía dormir casi todo el día, o al menos eso pensaba. Era bastante difícil distinguir si era de día o de noche, o cuánto tiempo había pasado; podrían ser años así como podrían ser apenas horas.

Cuando despertó, ya le habían servido la cena. Los primeros días había sufrido bastante al comer lo que parecía ser un revoltijo de sobras, con el tiempo había comenzado a verlo como un manjar.

Escuchó a alguien quejarse en la celda de enfrente y miró curiosa, ¿quién más habría caído? Bellatrix estaba ahí, la había escuchado algunas veces, seguramente su esposo también formaba parte de los capturados. Quizá Dolohov, incluso Crabbe o Rookwood. No lo sabía, pero esperaba que los atraparan a todos. Si ella estaba destinada a correr esa suerte, más valía que ellos también.

El hombre frente a ella tardó un rato en incorporarse, dejándola boquiabierta. Black. Sirius Black. El odioso e insufrible 'rompecorazones' de Hogwarts.

—Vaya, Malfoy, nunca pensé decir esto pero la vida de presa te sienta bien. O quizá es porque no he visto una mujer en semanas, me inclino más por la segunda.

Ava rodó los ojos.

—Lástima que no pueda decir lo mismo, Black. Ni siquiera siendo el único hombre, si es que se te puede llamar así, que he visto en mucho tiempo, me pareces atractivo.

Sirius rió.

—Ya tendrás tiempo para desearme, rubia, después de todo, lo único que tenemos es el uno al otro. Por siempre.

Ava hizo una mueca. Para siempre. Qué fuerte sonaba aquello, más cuando se trataba de compartir su estadía en la prisión más horripilante del mundo con Sirius Black.

—No escuché un no —se burló Sirius.

—Creí que era tan obvio que no hacía falta mencionarlo.

Vio al pelinegro rodar los ojos. Lo observó con detenimiento, Sirius había cambiado, no precisamente para bien. El cabello oscuro lo llevaba enmarañado y sucio, los ojos parecían salidos de órbita, inyectados en sangre, resaltando el gris de los mismos. Estaba pálido, casi tanto como ella, y cerca de estar en huesos. Pensar que sólo llevaba unas horas ahí.

—Las fotos duran más —masculló Sirius.

Ava puso los ojos en blanco. Nunca cambiaría, siempre sería el insoportable Sirius Black que conoció en primer grado.

azkaban || sirius blackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora