Pienso en... Candy

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Eran las cinco cuando llegué a la villa y me dirigí a tomar una ducha en el lugar donde lavaban los coches. Después, en pantalón y camiseta, en mi habitación, me puse a redactar el informe, delante de la ventana abierta.
La ofensiva iba a comenzar dentro de dos días y tendría que ir a Plava con las ambulancias. Hacía mucho tiempo que no había escrito a los Estados Unidos y sabía que tenía que hacerlo, pero había tardado tanto que ahora me re- sultaba muy difícil escribir.

Además, no tenía nada que decir.

Mandé dos o tres cartas militares, una para la tía Elroy, una para George y dentro de esta...una para Candy. Zona di Guerra, de las que lo taché todo menos "Me encuentro bien" Esto les haría tener paciencia.

Escontrar a Alistair estaba siendo más difícil de lo que imaginaba, ya tenia varios infiltrados en Francia y Austria pero parecía que 20 no eran suficientes.
Al único que le expliqué aquello fue a George, aún me siento algo responsable por haber estado tan cerca de Alistair y no haber podido influir para que no tomara semejante decisión, cada miembro menos de mi familia directa me hacía sentir más desolado...
En América estas cartas tendrían mucho éxito: eran extrañas y misteriosas.

Siempre que pienso en América pienso en... Candy...
... Candy

También nuestro sector era extraño y misterioso.

Pensé que, comparado con otras guerras con Austria, el lugar en que nos encontrábamos era pe- ligroso, aunque bien dirigido. El ejército austriaco se había creado para proporcionar victorias a Napoleón, cualquier Napoleón.
Yo deseaba que hubiéramos tenido un Napoleón, pero en su lugar teníamos al general Guilmani gordo y feliz, y a Emmanuele, el hombrecito de cuello largo.
Al otro lado, en el ala derecha del ejército, tenían al duque de Agora.
Quizá era demasiado guapo para ser un buen general, pero de todos modos tenía un aspecto varonil. A muchos les hubiera gustado tenerlo como rey. Pero sólo era tío del rey y mandaba el Tercer Ejército. Nosotros pertenecíamos al Segundo Ejército. El Tercer Ejército tenía algunas baterías inglesas.

-¡Llegaste!

-¡Hola Hans! ¿Qué tal te va en el turno nocturno?

-¡Mal mal...! -me dice de una forma casi desesperada- tengo días que no veo a mi prometida...

A veces pienso que la guerra le está afectando más de lo que parece - ¿Prometida? ¿Quien? ¿Cuando?

-¡Albrecht!- de repente su expresión cambió rotundamente- ¡Süssigkeit me acepto!

-¿Aceptó?- ¡¿por que me da a pensar que se encontró otra loca igual que el!?- No creo que te haya aceptado recién se estaban conociendo, ni siquiera has salido solo con ella... ¿o es que sucedió algo entre ustedes?

-No no no... ella es muy buena chica, buena chica... no se, hablamos... ¡me lancé y me aceptó! Y cierto... tengo que comprar el anillo, ¡Acompáñame!

-¡Claro! - definitivamente la guerra afecta a las personas... Últimamente hasta yo he estado pensando mucho en Candy, ¿qué hará? ¿estará todavía en el departamento del Magnolia?

Hubiese preferido estar con los ingleses. Así resultaría más sencillo.
Claro que me podían matar. No, no en las ambulancias. O quizá sí, también se moría en las ambulancias. A veces mataban a los conductores de las ambulancias inglesas.
Oh, yo sabía que no me matarían!
Por lo menos en esta guerra.
Personalmente no me interesaba y no me parecía más peligrosa que una guerra de cine. Dios sabe que deseaba que terminara.
Quizá ocurriría este verano.
Tal vez los austriacos cedieran. En las anteriores guerras siempre habían cedido. ¿Qué pasaba con esta guerra?
Todos decían que los franceses habían llegado a su fin. Hans me dijo que los franceses se habían sublevado y que las tropas habían entrado en París.
Le pregunté qué había sucedido y contestó:

-¡Oh, los han contenido!. Desearía ir a Austria en tiempo de paz. Ir a la Selva Negra y al macizo de Harts. Pero, ¿dónde está el macizo de Harts?

Se luchaba en los Cárpatos, pero no deseaba ir. No obstante, quizá no fuera del todo desagradable.

Podría ir a España, si no fuese por la guerra.

El sol empezaba a descender y refrescaba.

-Después de cenar iré a ver a Süssigkeit... Me gustaría tenerla aquí, en este momento. Quisiera estar en Milán con ella. Comer en la Cova, bajar por la via Manzoni, una tarde calurosa, cruzar la calle, seguir a lo largo del canal y luego dirigirnos al hotel. Tal vez aceptaría.

-¡Claro que si! Y yo llevaría a Soledad... Quizás se imaginaría que yo era su amigo, el que mataron. Entraríamos por la puerta principal. El conserje nos saludaría. Me detendría en la oficina para pedir la llave, y ella, de pie, me esperaría junto al ascensor; subiríamos en él y ascendería suavemente haciendo un pequeño ruido en cada piso. El muchacho abriría la puerta y esperaría; ella sonreiría, saldría y yo la seguiría a lo largo del pasillo, pondría el teléfono y pediría una botella de Capri, blanco, en un cubo de plata lleno de hielo, y se oiría el crujido del hielo contra el cubo, por el pasillo, y el muchacho llamaría y yo le diría: Póngalo todo delante de la puerta, por favor, porque hace calor. Abriríamos la ventana y las golondrinas volarían por encima de los tejados de las casas y de los árboles. y beberíamos el capri, con la puerta cerrada con llave.

-¿Te gusta Soledad o te estás burlando de mi?

-Yo... - mejor me río por dentro... los alemanes son un poco extraños cuando se enojan

-Tengo que darme prisa para ver a Süssigkeit, ya tengo 24 horas despierto y tengo que descansar antes del turno de esta noche...

Hans compró un anillo bastante sencillo, según lo que su presupuesto en ese momento le podía dar, Albert se ofreció a pagar por uno más costoso pero dijo que eso era completa y absolutamente responsabilidad de su bolsillo.

Al llegar al hospital Hans quiso evitar que el doctor Dimitri lo llegara a encontrar,  así que le indicó a Albert por donde debería ir, para poder entrar directamente hacia donde Candy podía encontrarse a esa hora

-Si caminas despacio, nadie se fijara en ti trata de mirar fijamente hacia dónde vas con la bata de médico, no llamarás en lo absoluto la atención, te darás cuenta de que llegaste cuando veas una puerta de color café, es la única allí se encuentra, en el vestidor hay tanto médicos como enfermeros, a esta hora Süssigkeit Suele cambiar de turno, así que de seguro la encontrarás sola, la reconocerás por el cabello y por las pecas. Dile que la espero aquí...

-Vestidores...

-¿Nunca has estado en el vestidor de un hospital?

-Eh... no.

-No es nada del otro mundo, gente cambiándose... anda, no quiero que se vaya.

...

Candy dejó sus pertenencias y cuando comenzó a desvestirse recordaba la forma en que había llegado a ese hospital, lo que no la hizo notar la intromisión de un rubio hombre; se despojó del sombrero, deshizo la coleta, ajustó las cintas de su ropa interior y al darse la vuelta se sorprendió de a quién se encontró.

-Doctor Angelo.

-Apúrate Candy te necesito en urgencias.

-Si doctor, me pongo otro uniforme y voy corriendo.

-Solo no atropelles a nadie en el camino.

...

Para Albert fue la misma impresión, si antes había disfrutado de las hermosas formas de alguna mujer, ahora se deleitaba con las formas gráciles de la espalda de aquella enfermera en ropa interior y en vez de cerrar los ojos, lo único que hacia era detallar cada parte de su espalda sin darse cuenta de lo que realmente importaba.

Verla sacarse el sombrero, soltando aquel cabello tan largo y lleno de bucles rubios para después de un solo golpe sacarse el uniforme de enfermera, quedando solamente en ropa interior.

Y cuando reaccionó e iba a hablarle, vio que otro doctor entraba en el vestuario, lo que lo hizo agacharse fingiendo recoger algo en el piso.

Para cuando se levantó, ya no había nadie.

¡Y ahora con que cara iba a decirle a Hans que por quedarse mirando el trasero de su novia... esta se le escapó!

-¡Que tienen en la sangre esos médicos!

Reencuentro en el vértice Donde viven las historias. Descúbrelo ahora