Puerto de Londres

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Me resisto a dejar el barandal donde estoy recargado, salpicado por la brisa de estas frías aguas del Atlántico. Me esfuerzo en pensar que este enorme barco no atracará en el muelle sino que seguirá la costa hacia Italia por un largo rato más.

Imagino que parará en medio de la nada, y que en absoluta complicidad con la noche, los astros y conmigo, fingirá que soy invisible. Entonces, el capitán permitirá que yo descienda en un bote que dará por perdido, en tanto yo mismo me perderé entre los bosques ribereños sin mirar atrás, siguiendo las huellas que todavía no dejo sobre la arena y el camino...

Mi ansiedad se acrecienta ante la idea que he venido maquinando en estos últimos meses y que al fin está por hacerse realidad.
En esencia ésta loca e indispensable idea, aún no la conoce nadie más que yo. Es esencialmente mía.

No sería fácil desaparecer así como así. Mi padre, el duque de Grandchester, tiene esa "pésima" costumbre que terminé adquiriendo yo también, de despertar apenas despunta el alba. Pésimo, en tanto afecta mis planes en este momento claro.

De cualquier modo, un detalle tan insignificante como salir con anticipación incluso al alba no me detendría, me repetía. Desaparecería yo y mi alma desde la noche anterior. Cada escollo tenía una respuesta en este plan simple del que pendía toda mi atención.

Aduciendo un malestar me recluí en el camarote después de la hora de la comida. Mi asistente todavía tenía algunos pendientes que resolver y estaría ocupado el resto del día, por lo que le insistí en que no se preocupara por mí porque además de todo, deseaba estar tranquilo. En otras palabras el mensaje era: "no te molestes en buscarme. Nos vemos mañana temprano".

He puesto el escaso equipaje que llevaré frente a mí. Realmente, viajaré ligero. El día pasa lentamente ¡tan lentamente! Intento descansar pero no puedo dormir. Me preocupa pensar que me quedaré dormido, aunque no creo que suceda. Estoy demasiado tenso como para dormir de cualquier modo.

Paciencia, me repito... paciencia.

La noche cae y las luces de cubierta aparecen como luciérnagas parpadeantes. Poco a poco, el bullicio del último día en el barco va desapareciendo. La noche sigue su paso en silencio, mientras yo, concentro toda mi atención en el sonido de la puerta del camarote contiguo.

Al fin ha llegado - me digo.

Pasan un par de horas más y entonces tras escuchar detenidamente tras la puerta que nos comunica, entiendo que hace más de media hora que está en todo en completa paz.
Bueno casi. Muy lejos se escucha alternativamente, la respiraciónes acompasadas y uno que otro ronquido.

Esa es mi señal. El instante en que todo cae de una vez por todas en el más profundo sueño, es el momento que yo estaba esperando.

Con sumo cuidado, alzo la frazada que me cubre casi como si fuera de cristal. Me levanto completamente vestido, incluso con las botas puestas. No había un segundo qué perder... Si mi padre pudiera verme. ¡No, no! Controlo una leve carcajada espontánea y contengo la respiración, hasta que siento que mis emociones están calmas otra vez. Sobre el pequeño neceser junto a la cama, dejo dos cartas. Una para el y otra para mi asistente...

Estoy vivo, volveré...

Es más o menos es lo que dicen las dos, y en la de mi asistente, incluyo además algunas instrucciones para ponernos en contacto en caso de ser necesario.

Sin más, tomo el portafolio de viaje que recién le compré a uno de los grumetes, lo echo amarrado sobre mi hombro y salgo por el pasillo de madera tan sigiloso que cualquiera diría que las suelas de mis botas, flotan sobre plumas.

Apenas doy unos pasos fuera del cuarto, me vuelvo y cierro la puerta con suavidad. Pero no termino siquiera de salir del pasillo, cuando siento que alguien me está observando.

Un oficial de guardia me mira extrañado, mientras lleva con lentitud una mano a su costado, a la pistola... ¡Diantre! ¿Qué no se suponía que estaría haciendo guardia el marinero que me vendió el portafolio?

Eso supuse al menos... El hombre siguió acercándose a mí con una mirada de muy pocos amigos, porque después de todo, ¿qué hacía un tipo con pinta de Coronel en la sección de primera clase? Era lógico que hiciera sonar las sirenas y llamara la atención de todos los marineros del barco ante un intruso, y yo no podía permitir eso.

En ese momento lo reconocí. Lo había saludado varias veces en el transcurso del viaje. Era un tipo amable, así que tenía cierta oportunidad. Ni hablar, he de delatarme aunque sea parcialmente.

Así, antes de que llegue hasta donde estoy le sonrío para tranquilizarlo, tocando las insignias.
Tarda un minuto eterno en reconocerme en la penumbra de la madrugada y bajo ese atuendo, pero luego relaja los hombros, con una expresión de vaguedad, un tanto de hartazgo mal disimulado.

No sé a qué tipo de extravagancias el hombre está acostumbrado en esa sección del barco, pero evidentemente su principal virtud es la discreción. Al fin respiré otra vez con más calma.

Le pedí con el dedo sobre mis labios que guardara silencio. Él sonrió apenas, y volteó hacia otro lado con un cierto gesto de desinterés, decidido, supongo, a no involucrarse en excentricidades de ciertos militares...

Finalmente, soy uno de los primeros en bajar del barco. Mucho antes que los marineros ansiosos por tomar unos días libres sobre tierra firme. Los primeros pasos sobre el muelle y luego en las calles desoladas de la ciudad, me llenan de adrenalina y empiezo a correr, aunque luego me contengo. Alguien podría pensar que voy huyendo... bueno en realidad es algo parecido, pero mi huída no es ilegal, y no me interesa ser detenido por nadie.

Casi corriendo llego al primer hostal de poca monta de la zona centro, que me encuentro. Luego de pagar mi hospedaje, me dedico a la complicada de trazar mi recorrido

Esto se me ocurrió casi al final de la travesía.

Y es que, me interesa sobre manera rondar por esas vias... Es como si lo necesitara...

Ansío ser invisible y reconocer desde dentro, ese mundo de la guerra que ahora siento tan irreal aunque no lejano. Mi mundo. El de mi familia. El de mis recuerdos y los recuerdos de mi padre...

Recuerdo mientras seco mi cabello, traigo a mi mente con claridad uno de los recuerdos más recurrentes que me llevé a cuestas antes de partir, hace tiempo. Candy y esa sonrisa no había salido de mis pensamientos. Es como si me llamara cada día...

Quiero viajar por las montañas, los valles, sus bosques. Quiero volver a recorrer sus cañadas, sus ríos, acampar al pie de sus cascadas, pero no como Terry, ni alternándonoslo desde un balcón o una terraza elegante cuando haya tiempo, o un día de picnic. No a través de fragmentadas escapatorias como lo hacía cuando era un niño. Tras tantos años de enclaustramiento en el San Pablo, ansiaba tomar distancia y probar la libertad que se me había negado en esta tierra desde que tenía memoria.

Me lo merecía.

Un mes después, 32 días luego de la primera semana de dormir bajo el cielo, estoy totalmente convencido: esta es una de las mejores decisiones que he tomado.

Italia está cerca, y mi atuendo de Coronel, me ha abierto el camino para llegar a Candy.

Reencuentro en el vértice Donde viven las historias. Descúbrelo ahora